“Avatar
2: el sentido del agua” sobresale con creces en ese límite narrativo y sin
descaros argumentales. Jake Sully (Sam Worthington) desde que
recibiera el prodigio de Eywa en el “Árbol de la Vida”, su
pareja engendró a tres hijos que son, de alguna manera; la rutina real del
argumento de James Cameron [y también director], si bien sus padres también son
parte de esa evidencia filial y existencial.
De
manera que en esa relación de familia y de linaje, el director plantea una
cuestión a la vez étnica en una gran epopeya ecológica en una audacia visual
que magnetiza a un grado bastante abrumador al espectador. Pero el hilo que forja
la historia de la película no es para nada escurridizo y apunta, además, incidentes
como si fueran clips sacados de la galería de la imaginación más infinita,
donde las circunstancias se vinculan y edifican con el flujo entre los estados
de un genuino diario imaginario.
El
hecho de haber sido creada la película para un formato de 3D, “Avatar 2: el
sentido del agua” necesita de esa tridimensionalidad para contar varios asuntos
a la vez, y por supuesto las decisiones de los adolescentes Neteyam (Jamie
Flatters) y Lo’ak (Britain Dalton) para comprender a los Na’ vi. James Cameron logra
una vez más esa alucinación de que todo lo que se ve es real: desde el sonido
del viento y los susurros debajo del agua.
Pandora
como un escenario maravilloso y justo, por la exactitud al
narrar de forma esencial la rutina en el entorno; para Jake Sully y su nada
quimérica vida con Neytiri (Zoe Saldaña) es un universo generoso. Y es que existe
una condición emocional en algunos momentos de la película, que tienen el mismo
sentido del idealismo y su delgadez por vivir la vida en Pandora. Los
Metkayina con sus actos litúrgicos, tatuajes e inclusive su aspecto físico sutilmente
distinto a los Na’vi Omatikayas, impresionan por su carácter. Son no solo la personificación
de la vida marina de Pandora sino el ecosistema del núcleo familiar.
Al
escribir un momento sobre la familia Sully (Jake, Neytiri y sus hijos). Dicha representación
tiene un papel ideológico. Los filmes en este contexto crean un mensaje inteligible
por medio de historias “que funcionan como analogía entre familia y Estado
(Pandora en el filme). El padre representa al poder estatal como normalizador
de la dinámica social. El resto de la
familia subordinados [en el mejor de los sentidos] a ese poder […]. Las
películas [concluye la reflexión] reafirman las jerarquías que establece la
sociedad patriarcal por medio de estereotipos y roles sociales muy definidos”
(Mercader, 2018, p.2).
Pero
si existe algo que accedería a explorar el guion de Cameron, es el fantasma de
la colonización soez e inmediata. Además, comandado por el general Francis
Ardmore (Edie Falco), un personaje que odia, si bien, no queda claro alguna sed
de venganza (una extraña ambigüedad por la filiación en su relación con la vida
misma y su hijo).
Para
la segunda mitad de la película, el guion evidencia un nuevo brío. “Lo
que está bajo el agua no tiene principio ni fin”, reitera Tsireya. Y las
palabras de la joven no son solo la mejor forma de describir este reino sino
que emociona horizontes diferentes. Al
final, la impresionante ofensiva a muerte en océano abierto; deja dos asuntos
bien claros: los resortes de Cameron para contar desde varios puntos de vista y
segundo, se siente identidad autoral para esta cinta monumental; pieza de arte
con la rúbrica de James Cameron. Cuando como espectadores “pertenecemos a ese
mundo observado” y que es un sentimiento del que nos impregna la película, es
lo que puede devolvernos a las salas de cine. Por tanto los primeros cineastas, tenían la razón.