viernes, 16 de diciembre de 2022

“Avatar 2: el sentido del agua”

 

“Avatar 2: el sentido del agua” sobresale con creces en ese límite narrativo y sin descaros argumentales. Jake Sully (Sam Worthington) desde que recibiera el prodigio de Eywa en el “Árbol de la Vida”, su pareja engendró a tres hijos que son, de alguna manera; la rutina real del argumento de James Cameron [y también director], si bien sus padres también son parte de esa evidencia filial y existencial.

De manera que en esa relación de familia y de linaje, el director plantea una cuestión a la vez étnica en una gran epopeya ecológica en una audacia visual que magnetiza a un grado bastante abrumador al espectador. Pero el hilo que forja la historia de la película no es para nada escurridizo y apunta, además, incidentes como si fueran clips sacados de la galería de la imaginación más infinita, donde las circunstancias se vinculan y edifican con el flujo entre los estados de un genuino diario imaginario.

El hecho de haber sido creada la película para un formato de 3D, “Avatar 2: el sentido del agua” necesita de esa tridimensionalidad para contar varios asuntos a la vez, y por supuesto las decisiones de los adolescentes Neteyam (Jamie Flatters) y Lo’ak (Britain Dalton) para comprender a los Na’ vi. James Cameron logra una vez más esa alucinación de que todo lo que se ve es real: desde el sonido del viento y los susurros debajo del agua.

Pandora como un escenario maravilloso y justo, por la exactitud al narrar de forma esencial la rutina en el entorno; para Jake Sully y su nada quimérica vida con Neytiri (Zoe Saldaña) es un universo generoso. Y es que existe una condición emocional en algunos momentos de la película, que tienen el mismo sentido del idealismo y su delgadez por vivir la vida en Pandora. Los Metkayina con sus actos litúrgicos, tatuajes e inclusive su aspecto físico sutilmente distinto a los Na’vi Omatikayas, impresionan por su carácter. Son no solo la personificación de la vida marina de Pandora sino el ecosistema del núcleo familiar.

Al escribir un momento sobre la familia Sully (Jake, Neytiri y sus hijos). Dicha representación tiene un papel ideológico. Los filmes en este contexto crean un mensaje inteligible por medio de historias “que funcionan como analogía entre familia y Estado (Pandora en el filme). El padre representa al poder estatal como normalizador de la dinámica social. El  resto de la familia subordinados [en el mejor de los sentidos] a ese poder […]. Las películas [concluye la reflexión] reafirman las jerarquías que establece la sociedad patriarcal por medio de estereotipos y roles sociales muy definidos” (Mercader, 2018, p.2).

Pero si existe algo que accedería a explorar el guion de Cameron, es el fantasma de la colonización soez e inmediata. Además, comandado por el general Francis Ardmore (Edie Falco), un personaje que odia, si bien, no queda claro alguna sed de venganza (una extraña ambigüedad por la filiación en su relación con la vida misma y su hijo).

Para la segunda mitad de la película, el guion evidencia un nuevo brío. “Lo que está bajo el agua no tiene principio ni fin”, reitera Tsireya. Y las palabras de la joven no son solo la mejor forma de describir este reino sino que emociona  horizontes diferentes. Al final, la impresionante ofensiva a muerte en océano abierto; deja dos asuntos bien claros: los resortes de Cameron para contar desde varios puntos de vista y segundo, se siente identidad autoral para esta cinta monumental; pieza de arte con la rúbrica de James Cameron. Cuando como espectadores “pertenecemos a ese mundo observado” y que es un sentimiento del que nos impregna la película, es lo que puede devolvernos a las salas de cine. Por tanto los primeros  cineastas, tenían la razón.