“The
Woman King” (“La mujer rey”) de Gina Prince-Bythewood es una película inspirada
en hechos reales y que sucedieron en el Reino de Dahomey, uno de los estados
más poderosos de África en los siglos XVIII y XIX. La historia tiene como hilo
conductor a Nanisca (Viola Davis, dos veces nominada a los “Oscars”), general
de la unidad militar exclusivamente femenina de su etnia, enfrentándose a un ejército
de hombres.
“The
Woman King”, si bien está basada en un segmento poco conocido de la historia de
África occidental, a mi juicio resulta ser un atractivo “nicho” para una fábula
con gran empuje, misteriosos sucesos ocurridos a intereses de gobernar tierras
sin ley ni nombre, por allá por 1823. Y es que el coraje, los sueños y los anhelos
de un cambio de vida simbolizan una sacudida para cualquiera que lo inicie. Con
mucha ofuscación, a veces las personas nos reinventamos en una especie de escape
hacia delante con la seguridad de que es lo que requerimos para darle otro
rumbo a nuestras vidas [en la película un reino de seres profundos]. Pero es
una apuesta en la que se puede ganar o perder, si bien el habitante de la sala de
cine intuye al final el éxito deseando en el interior de su corazón.
Si
bien la película que dará una buena taquilla, y ante una cineasta como Gina
Prince-Bythewood que no da y en lo estrictamente cinematográfico, un paso en
falso al organizar todos los elementos de esta epopeya histórica llena de
acción, y de personajes reales y con repercusión cultural. Dos cosas más que
ponderar. Por un lado, esa batalla de retratos del ser humano
de raza negra [aunque igual de válido para la raza blanca], de conductas y de
significaciones, en las que la supervivencia y el honor, viene ofrecida desde
una singular iconoclastia qué; parte de una narrativa que considera al ‘yo’ [Reino
de Dahomey] y al ‘otro’ [el enemigo] en la radicalización de sus enunciados y de
sus estilos visuales, por aquello que cito al comienzo de mi crítica: “unidad
militar exclusivamente femenina de su etnia, enfrentándose a un ejército de
hombres”. Además, la puesta en escena de este concepto en apariencia abstracto,
pero igualmente observado a través del personaje de Nanisca (Davis) y Nawi
(Thuso Mbedu), ratifican mi tesis.
Por
el otro y bien interesante, el “régimen escópico”. Martín Jay (2007) lo define
como la manera de ver de una colectividad, ligada a sus prácticas, sus valores
y otros semblantes culturales, auténticos y por supuesto epistémicos. “La
particular mirada que cada época histórica construye consagra un régimen
escópico o sea, un particular comportamiento de la percepción visual” (p. 222).
Esta tesis, en apariencia escueta, nos lleva a recapacitar sobre qué es un modo
de ver, qué lo involucra, cómo se organiza, qué demarcaciones posee y cuál es
su correlación con lo social.
Pero
además, en un sentido más interno de los interlocutores protagonistas, el filme
simboliza una visión sobre cierta y frágil masculinidad frente la necesidad de una mujer fuerte y capaz de todo. Además, proyecta
y se apoya en algunas ideas: el inicio, la irresolución, el sosiego, la liberación.
La potestad de existir, sin dejar que el tiempo corra, y fluir con él.
Cuando
en el tercio final del filme todo está dado para poner a todos en su sitio. Regímenes
escópicos y los episodios del ver que se almacenan en los retratos dentro una hostilidad
que todavía no ha logrado decantar la normatividad de las evoluciones sociales y
humanas [aun en la actualidad], permite concluir que las imágenes que las formulan,
no se hallan trasmitidas por una transversalidad que no solo es operada por el
poder del ‘yo’ y el ‘otro’, sino por la impedimento de mostrar a una condición humana
conciliatoria, además: la mujer rey.