“¡Un jazzista en clave de blues!” Es sin apariencias una
bella película escrita y dirigida por Tyler Perry. La historia que arranca en
1987, posee un arranque interesante, y es cuando en 1947 una señora mayor
entrega un puñado de cartas a un detective en su oficina para que investigue un
crimen. De manera que en un flash back (la historia regresa a 1937 en Georgia) se
empieza a narrar lo acaecido: una historia de amor improbable entre un joven de
color Bayou y una chica blanca llamada Hattie Mae.
Con “A Jazzman's Blues”, Tyler Perry expresa ser, más
que nada, un válido cineasta para melodramas de estas características. La
película, que se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto este
año, si bien aparecen aquí casi todos los estereotipos sobre los negros y hasta
pasajes bíblicos: el mulato infausto, los problemas por ser negro en una
sociedad hipócrita y de apariencias, etc. La película no pierde su interés.
Dos partes entonces, los encuentros entre la pareja de
enamorados y amor imposible independientemente del color de piel de los
protagonistas, siempre resultan ser resortes dramáticos válidos para los
espectadores [además hay escenas muy bien logradas en el sentido del amor verdadero].
En este sentido, la regla es la misma aunque varíe contextos históricos y
raciales. De todas formas, el amor es el amor, y muchas veces promete la
imposibilidad de amar, aun estando locamente enamorados. Las diferencias
raciales no existen en sí mismas, lo que hay son discrepancias personales que
vienen ofrecidas por la educación recibida en cada individuo, no por la raza.
En este caso concreto los amigos de Bayou y una chica blanca llamada Hattie Mae.
Y por el otro la música jazz y blues y el cine. Pero esa fusión
entre cine y jazz, siendo cierta, ha ocultado o ensombrecido metafóricamente
hablando otras facetas de este matrimonio en muchos momentos feliz musicalmente
hablando. Películas musicales, biopics tanto supuestos como de músicos reales,
apariciones de intérpretes de jazz en números musicales o bien escoltando
alguna escena, bandas sonoras de compositores con marcadas influencias
jazzísticas o directamente jazzmen que ejercieron de autores de las misma, es
la riqueza histórica e este cine de nunca acabar y que en lo particular me
agrada. Y es que según reza la canción que canta Bayou en Chicago: “¿De qué
vale la música si no tiene algo dulce?”