Si conoce la biofilmografía de Monroe, pues seguro
hablará bien del filme. Y es que todo comienza con una Marilyn niña [o Norma
Jeane Baker] en 1933, cuando se enfrenta
a la imagen fotográfica de un padre al que nunca vio, y en ese preciso instante
ella y su madre pareciese que no se llevan muy bien. La
niñez de Norma Jean debe ser descrita con el nervio de una infanta que teme a
su madre, con la crisis de los traumas que la sellaron de por vida, y con un
alma que dibuja el lloroso y desencajado gesto de una cara infantil.
Basada en la novela de Joyce Carol Oates (2000), y a pesar de
estar ideada con base en acontecimientos reales y ficticios. Hoy Andrew Dominik
la adapta al cine y se pregunta qué implicaba esa “distancia” entre ambas
[madre-hija]. Para tener una respuesta nada supuesta. La directora Dominik nos
sumerge de lleno en los instantes más privados de la biografía de la actriz.
Con un primer acto dedicado a la infancia y un segundo
tramo volcado a las luces y sombras de su primera juventud, orbitando alrededor
del affaire con Charlie Chaplin Jr. (Xavier Samuel) y Edward G. Robinson (Evan
Williams), es la recta final de la película la más difícil de digerir. Topamos
ya a una Marilyn perturbada, que no hace más que recoger, una y otra vez,
aquellas adversidades que prometió no volver a tropezar.
Esa mujer convencida de su propio estado fallido como
hija y como esposa (de Joe DiMaggio [Bobby Cannavale], y de Arthur Miller [Adrien
Brody]), pero sobre todo como madre [los abortos que sufre a lo largo de toda
su vida], son de las experiencias más íntimas y dolorosas que se habrán vivido jamás
en una sala de proyección y de personaje alguno. Marilyn sufrió mucho y creo
que de nada le valieron tanto reconocimiento sobre su filmografía.
Y es que para una “desesperación desesperada” del
personaje, la cubana Ana de Armas logra transfigurar en toda una presencia física
y espiritual, a través de un rostro y una mirada; ese eco acallado de la furia
y el desgarre que corre por dentro de la vida misma de una actriz en el infortunio
y reitero a pesar de los aplausos. Historia y personaje corporalmente repugnante,
moralmente obscena, controvertible inclusive en algunos de sus pasajes más escandalosos:
si nos adentramos en las casi tres horas de una biografía no autorizada, donde
soy un convencido de que, admitiremos además, ser víctimas limítrofes de una
violencia fastidiosa e importuna.
En
lo técnico, “Blonde” avanza encadenando imágenes en blanco y negro y en color,
cambiando de formato y de ancho de pantalla y girando entre los tiempos con viveza.
Para esa amalgama estética, confusa y discordante, la puesta en escena es
brillante acompasada además, por una música extradiegética excelente. La
disposición con que la cámara exalta, a través del uso del desenfoque y de la inclinación
más cercana posible al rostro de la protagonista, el hermetismo a veces de ella,
tenazmente cercada por los miedos y ofuscaciones que han tomado el control de
su vida. Marilyn llega al alma
La
fotografía de Eric Gautier, apoya un hermoso rostro cargado de emociones, y
cuyos diálogos por otro lado, parece estar ocultando sus miedos y es la única
manera de sentirlo y apreciarlo cinematográficamente hablando. A pesar de unos diálogos
cargados de rabia y desespero. Marilyn nunca tuvo derecho lamentablemente a su
propia historia. Y como ella misma dice: "Marilyn solo existe en la pantalla" [se
refería a la otra vida que siempre ambicionó vivir].