Esta película australiana dirigida por Thomas M.
Wright [El actor (“Top of the Lake”, de Jane Campion) convertido en director,
hace que su segundo largometraje], nos cuenta en clave de thriller, una historia
basada en un hecho real, relacionado con la desaparición y el asesinato de un
joven australiano en 2003. Wright crea una distribución excelentemente perfilada
y una atenta de información que sería un
pecado señalar aquí spolier alguno. De todas formas, “The Stranger” es más una
experiencia sentida que relata de la caza de un asesino, mas no del crimen. “El
extraño” pues se cierne sobre la narrativa de no personalizar a la víctima, algo que casi nunca se da en este
tipo de historias.
La orientación estética y poco convencional de la
película con diálogos a veces mascullados y saltos abruptos para las elipsis)
podría hacer que llegue no llegue a muchos países, ya que se aparta del tópico
del thriller norteamericano por citar un caso. Y en este sentido, la película
australiana tampoco presenta sangre ni violencia. No hay cuerpos sin vida, no
hay escenas de morgue. A pesar de ellos, estamos ante un excelente trabajo de
suspenso, donde el diseño del sonido asimismo apoya el estado de ánimo, y en
las verdades o mentiras en los diálogos, también tiene us particular puesta en
escena.
De manera que ese propósito de amistad [que a la
postre no existe, ni de uno ni otro lado] entre los dos personajes que irradian
la historia e interés. Surge una excelente partitura y música extradiegética. El compositor
Oliver Coates recrea con maestría todos los escenarios de una puesta en escena
intencionalmente lúgubre por momentos, sin ser por otro lado ese drama estándar
al que estamos acostumbrados a observar.
Para terminar digamos que Wright y el director de
fotografía Sam Chiplin físicamente quieren afrontar, de pronto, sus propias
ideas que tengan de las atractivas y calurosas vistas del sur de Australia, optando
adaptar casi todas las acciones en la lobreguez de la noche, iluminada solo por
el amarillo de las llanuras australianas.
Por Gonzalo Restrepo Sánchez
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