lunes, 11 de julio de 2022

‘Lingui. Lazos sagrados’

 

De regreso al festival de cine de Cannes por tercera vez después de “Un hombre que grita” (Premio del jurado en 2010) el director de cine chadiano Mahamat-Saleh Haroun retoma en “Lingui, lazos sagrados” el estilo templado y paciente que caracterizó a “Estación seca” (2006). Un punto de vista donde inclina toda la autoridad formal cinematográfica lograda en su trayectoria y que le aprueba tratar con claridad y sencillez una trama feminista de gran valor en una sociedad chadiana, subyugada por los hombres y por los cánones religiosos.

Con base a lo anterior, estamos pues ante una película tampoco muy lejana de la idiosincrasia de muchos pueblos en América Latina. Esos personajes de niña-madre suelen tener acogida en el público por varias razones. Una, de pronto, por la inmediatez del asunto, es el carácter valiente de este tipo de personajes nada ajeno a la realidad de la vida. Y es que la madre de la chica embarazada no ambiciona la protección de un hombre, por lo que prescinde de las propuestas de matrimonio de su vecino, Brahim (Youssouf Djaoro), y se dedica por completo al presente y al futuro de su hija (Anima).

Cuando Anima le anuncia que quiere abortar [“dejadme  el albedrío sobre mi cuerpo”], algo que es ilegal por la ley —un galeno se expone a 15 años de prisión— y por la religión, y la desesperanza de su adolescencia que la empuja casi al suicidio. Amina llama a todas las puertas posibles y cambia su punto de vista sobre el mundo.

Estamos pues ante un filme que es el retrato de una joven que reta su destino con arrojo, y una piadosa relación madre-hija. Así mismo el filme es una representación de un país donde las mujeres [a escondidas] se socorren unas a las otras. La película, además afana sobre algunas siluetas arquetípicas para crear una parábola moderna, donde cada plano está determinado con una mesura, una luminosidad, y una intimidad esculpida por el director de fotografía, Mathieu Giambini.