jueves, 14 de julio de 2022

"Elvis" (2022)

Lo último que había visto del cineasta Baz Luhrmann es su película “Moulin Rouge” [si bien tiene títulos significativos como “Australia”, The Great Gatsby”, etc.]. Al mismo tiempo, es una buena referencia al señalar el musical “Moulin Rouge”, ya que, si algo caracteriza a este director de cine son sus parámetros interpretativos de la historia y personajes, además, su única forma de emprender el relato mediante un trabajo artesanal de un montaje diligente, que dicho sea de paso, no cansa en su ritmo, pues la musicalidad de las escenas permean su indolencia [a veces].

Las técnicas utilizadas por Luhrmann, que vienen siendo la marca en todas sus obras, expresan su inclinación por la psicodelia [aunque parezca un término desconocido para las nuevas generaciones]. Eso de las pantallas divididas, los encadenados [a veces rápidos], los saltos temporales, etc., permiten establecer paralelismo con cierto cine británico de la época de los años sesenta y setenta y títulos muy interesantes.

Y es en este cine pomposo, enorme, grandilocuente, hinchado, exagerado y exhibicionista —el de “Elvis” (2022) no se escapa por supuesto—; donde hallamos asimismo, ciertas constantes temáticas y tópicos en la historia del cine universal. Una y otra vez, tropezamos en este tipo de cine, evidencias como los apegos al ser querido, el amor traicionado, el voyeurismo [“La camarera Lynn” (2015)], el sadomasoquismo, las falaces caras mentirosas, los siempre dobles temperamentos, los deseos estigmatizados impasibles, las culpas, el falso culpable, o los problemas morales. Esto no es malo, es una forma de “ser” cinematográficamente hablando. Y es un carácter visual de dirigirse a un público que aún con el paso de los días sigue el arte de un lenguaje y temas siempre vertiginosos, y que, en el caso de “Elvis”, la musicalidad de la puesta en escena prioriza en el sentimiento del habitante de la sala de cine, ya que el personaje está iluminado en [y por] ello.

Elvis, la película, está contada desde el punto de vista de un personaje que terminamos odiando por metido y querer dirigir la vida ajena: el coronel Tom Parker (Tom Hanks). Y es que su  voz en off a lo largo de la diégesis, consiente al director tramar en el momento que quiera [y como quiera] cierto lienzo sobrecogedor [pero que evidencia falsedad], en el que el cuento parece referirse siempre [y no sé porque, pero esa es la sensación] desde la proximidad al infortunio.

En lo particular, mi animadversión al señor Parker, quien nunca deja de darnos esa sensación a pesar de su “amistad” con la familia de Elvis, se exterioriza como un degenerado, malévolo y, como le dice Elvis [muy bien caracterizado por el actor Austin Butler] en la parte final de la cinta: “un chupa sangre”. Si algo hay que reprocharles a los guionistas del filme, es la ausencia de la relación verdadera de Parker con él mismo y los demás. De todas formas, el actor Tom Hanks le da un peso escénico importante al personaje, y es que cuando lo vemos, sentimos que no debe estar ahí. Lo que no dice el filme es cómo murió Parker. Aunque pensándolo bien, no valió la pena.

De todas formas y en lo particular, y luego de advertir el espectáculo de Elvis bien delineado en la cinta, todo vuelve a mi calma espiritual. Y es que desde el punto de vista fenomenológico todo es parte de ese sortilegio de un perfecto manipulador como Parker y un Elvis que decide. De manera pues que es muy atrayente asistir a la proyección de esas imágenes bajo el cuerpo prismático de un espejo en el que los eventos y vivencias de gran parte del siglo XX, indagan su reflejo en espejos de nuestro presente.  

Asimismo, la figura que Elvis refleja en la cinta, es la de quien vive [con] o como un héroe, de quien [opinamos] deberá descubrir el sentido mismo de su vida. ¡Qué nada! El señor Presley resulta todo un personaje que llegó a ser muy pronto un verdadero ícono. Con respecto a ello, siempre habrá titubeos y hasta cierta aversión. “Los signos icónicos reproducen algunas condiciones de la percepción del objeto, pero después de haberlas relacionado en base a códigos de reconocimiento y haberlas anotado en base a convenciones […]” (Eco 1968 [2004]: 114).

A modo de conclusión, Baz Luhrmann une los dos estados sobre los que se aposenta en el fondo la trama de su nueva película: un canto a la heteronomía de los tiempos vividos y sobre todo cuando de hablar de Elvis se trata.

Referencia

Eco, U. (1968). La struttura assente. La ricerca semiotica e il metodo strutturale, Milano: Bompiani, 2004 (6a. ed.).