El cineasta francés Fred Cavayé nos trae en
esta oportunidad un excelente filme, además no solo con solo
tres personajes, sino que evidencia ser buen conocedor de los resortes del
thriller, lo que permite al espectador estar atento en cada momento de la trama,
aunque en su último tercio, todas las circunstancias nos llevan al máximo de
expectativa. Cuando escribo sobre tres personajes (dos hombres y una mujer):
François Mercier, la mujer que ama,
Blanche y el talentoso joyero, el señor Haffmann; encontramos una vez más la
radiografía del ser humano cuando solo piensa para él.
El
protagonista de esta historia [basada en la obra teatral de Jean-Philippe
Daguerre], es un maniático ayudante del acreditado joyero judío Haffmann a
quien, en el París de 1942, deberá ocultarlo en el sótano de su propia casa
ante la amenaza alemana. Si bien, todo luce sencillo contado así de esta forma,
la
vida, ciertamente, puede cambiar en una exhalación, y cuando hemos querido darnos
cuenta, ya estamos en otro asunto; en otro escenario que no va a esperar a que
nos adecuemos a él.
Y
es que el ser humano y en el campo especifico de la avaricia, y cuando se está
en medio de la nada, en un punto indefinido entre el principio y el final de
nuestro rumbo [la vida es así], es justo donde principia a alzarse un espeso bosque
de sentimientos, y que no los intuye en apariencia profundo. Así que con una
serie de imágenes (y llenas de líneas de diálogo) que mancha una partitura, y
en términos sencillos: parecía un cuento de hadas.
Película
pues que cargada de suspenso a partir del tercer tercio, nos evoca patrones de diligencia
que se repiten, que puntean y, como corolario, una vez más definen al hombre:
las mismas conductas que a la larga te hacen idéntico del monstruo que eres, y
también de las que seguirán tus pasos [tú mismo, aunque suene a pleonasmo].
A
esta casuística, expresa lo innegable y aun así, la nada escurridiza carga
mitológica de la película: desistir casi siempre [o algunas veces, según el
caso] a la lógica racional [el ser humano es así], para concebir lo que hay que
entender en la inmoralidad más intolerable: aquella acción que expresa amarte,
busca arruinarte.
«Cuánto
más horrendo eres, más pena me das, aunque formes parte de mi vida». Esto no lo
dice ningún personaje en la película y en ningún instante [y ni falta que hace],
porque la lección está ahí bajando del cielo, una y otra vez. No como aquella
lluvia de flores amarillas, sino más bien como esa gota de martirio y sin que haya liberación alguna.
El final de la película es así de categórico, y con solo la presencia de quien
siempre fue fiel a sus convicciones, acaba tras los barrotes.
En
el año de 1924 el cineasta Erich von Stroheim realizó “Avaricia”, y tanto ayer
como hoy [y no estoy comparando, por favor], fue una fábula de moralidad sobre
la atribución deshumanizadora del dinero; donde el realismo, los detalles y la
compleja caracterización la hacen inolvidable. Lo importante es saber que la
avaricia es la más miserable de las conductas humanas. La avaricia es una
efigie figurada que representa de forma resumida, tanto uno de los pecados
capitales en sí, como el tormento que aguarda a los que lo cometen. En
momentos, bajo análoga representación en la historia del ser humano, la condena
se dirige, no tanto contra la avaricia, como contra el beneficio de François
Mercier en la película. “Adieu Monsieur Haffmann”.