No se sorprenda si este filme gana —además de lo ya
logrado— con el “Oscar” a mejor filme 2020. He considerado y no es sorpresa,
que desde el punto de vista cinematográfico, su director Sam Mendes (“American
Beauty”) ha sido más disruptivo que sus colegas con quienes compite a mejor
filme por la Academia.
La toma con que se inicia el film: con una apacible
calma y en un travelling out descubrimos al soldado Blake (Dean-Charles Chapman) y
el compañero Schofield (George MacKay) durmiendo, son despertados y seguidos por la
cámara, sin ser interrumpida la toma en un trazo perfecto hasta los momentos
más apremiantes de la historia para llegar a la “tierra de nadie”. Sin
evocación alguna a filme del género bélico parecido, esta historia de dos
hermanos a la larga y una guerra jamás olvidada, es una obra maestra de un
cineasta preocupado por una narrativa simple del plano secuencia y se luce con
creces.
Dos hombres con disímiles motivos (Schofield, un tipo imperturbable
y de pocas palabras y el soldado Blake, más frágil y sin experiencia) son los héroes
a recorrer trincheras abandonadas, campos atestados de cadáveres y ciudades
derruidas por los bombardeos. Todo para ser testigo y, podría ser otra lectura,
cómo se van estrechando unos lazos de amistad que permiten que la implicación
de Schofield en la causa, sea cada vez mayor.
Pero una idea dramática que afronta con validez el
espectador es el miedo y la incertidumbre
sobre lo que les puede pasar. De manera que sobre los hombros de los dos
soldados —y después sobre el soldado Schofield en la segunda mitad del filme— insiste
el peso vibrante del entorno, advirtiendo el espectador que no existe y no vale
la pena ostentación heroica alguna y además, de toda aprehensión y desconcierto
a la vez, propios cuando uno se enfrenta a la muerte y en contextos límites.
La segunda parte es toda una constelación de dos
aspectos muy importantes. Por un lado, el
buen uso de guion y las situaciones esperadas que llegan al pathos y valoran
los esfuerzos del ser humano, en un buen quehacer cinematográfico. El segundo semblante,
es cámara maestra de Roger Deakins —ya experimentada en algunos planos
secuencia de algunos filmes del mexicano González Iñárritu—, que moldea en todo
su magnificencia, esas escenas de contrariedad en los que se mueven los
protagonistas, siguiéndoles sin sosiego y con alguna prórroga en travellings de
perfecto encuadre, y en un pulcro emplazamiento y movimientos de cámara, que logran
que una parte tan fundamental como el ritmo no decaiga en ningún segundo (claro
que el montaje tiene mucho que ver en esto y ni hablar de la banda sonora de
Thomas Newman).
Obra maestra pues este filme que estamos recomendando
y que revela la madurez de un cineasta como Sam Mendes, quien con buen viento y
buena mar, deja su firma en la constelación de grandes cineastas del planeta.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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