Una
de las primitivas evocaciones al cine en el magisterio de la Iglesia surgió en la
carta encíclica del Papa Pío XI, “Divini ellas Magistri”, sobre la formación
cristiana de la juventud (31-XII-1929). El pontífice entonces, expuso que la
educación era compartida —aunque no de la misma forma— por la familia, la
sociedad y la Iglesia.
Con
un brillante guion de Anthony
McCarten (responsable de “La hora más oscura” o “Bohemian Rhapsody”), es
elemental señalar que estamos ante dos actores que brillan en sus respectivas caracterizaciones,
donde en clave de drama (y comedia) se desarrolla un encuentro entre Joseph Ratzinger, al que da vida un circunspecto
e ilustrado Anthony Hopkins, y el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio,
interpretado por un Jonathan Pryce, ambos muy cerca de la delicadeza y
perfección.
A propósito, el papa Francisco ha hecho alguna alusión
al cine en las entrevistas y en uno de sus cartas pontificias. En una
entrevista explicó que en su infancia iba al cine con sus padres, y en su
juventud acostumbraba a ver hasta tres películas seguidas en el cine de barrio.
Entre sus filmes favoritos, el Papa ha aludido varias veces “El festín de Babette”
(1987) del cineasta danés Gabriel Axel, tal como quedó recogida en la reflexión
apostólica “Amoris laetitia” (19-III- 2016).
Volviendo a la película que hoy nos ocupa, si bien
todo el filme en su lectura plantea la necesidad de una opinión sobre todo lo
que le está ocurriendo a la iglesia hoy día, la imagen del Papa, de la religión
cristiana en sí, invita a una reflexión en medio de tanta noticia que avasalla la
fe cristiana.
En lo estrictamente cinematográfico, Meirelles no se
complica la vida y sin técnicas propias del rodaje documental, su habilidad consiste
en examinar, —y sin limitar— a los actores para que estos descubran a sus
respetivos personajes y, disponer a partir de ahí, su observación. El director con
una cámara sencilla que, en principio solo debe cumplir funciones de
emplazamiento en grandes espacios, logra mantener el interés dramático de dos
seres humanos, aunque usted los clasifique. Lo
dijo Dostoievski: “El
secreto de la vida humana no radica en el hecho de que uno vive, sino en para
qué vive” (1)
(1)
Juan José Muñoz García, Cine y misterio humano, Madrid, Rialp, 2003, p. 19
Gonzalo Restrepo Sánchez
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