“Paris Pigalle (L’Amour esté une fete)” del escritor y
director Cedric Anger nos muestra a una época en la que la droga, la discoteca,
las hembras fáciles y los varones lascivos (y creo que en estas épocas también)
sirve para tocar el tema de la pornografía.
Sin remembranza a la mítica y bien valorada
“Boogie Nights” (1997), aunque muy superior a la cinta francesa,
ambas
coinciden en lo salpicado
de la deshonestidad. Sin esa ruin atadura —o a lo mejor sí— y fascinante
decadencia. “Paris Pigalle (L’Amour esté une fete)” agranda todavía más la procacidad
al dar por sentado que las películas porno —y los problemas de drogas—, abrazan
a una sociedad ávida de ello, según la ideología del filme.
A una colección de personajes y a medida que la cámara
deambula con fácil ligereza por una discoteca y sets de rodaje de los filmes
porno, la
película muestra a todos sus personajes principales —y secundarios— con poca
dosis de profundidad, que hace que
estemos ante una historia un tanto banal y de superficialidad en todos sus
momentos.
Película pues con muchos mensajes y muchas reflexiones. No es viable percibir
el aumento de la prostitución en las sociedades expresamente igualitarias y obligadas
con valores de identidad, sin tener presente la perspectiva feminista, según
algunos estudiosos. El poder económico, político y simbólico de nuestras sociedades
ya no están basados en la imposición, aunque las mujeres carecen de ese roll
político, social y económico de los hombres. Y, sobre todo, para lo que ahora
nos interesa argumentar: se despojan del “poder simbólico”. Toca redefinir
dichos conceptos que observando el filme, el asunto no es nada fácil.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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