En
conversaciones largas y aunque de divorcio se trata, ver los primeros minutos de este filme de Noah
Baumbach, cuando en transiciones rápidas de los planos Nicole (Scarlett Johansson) y Charlie (Adam
Driver) se refieren en una carta tan encantadora como sincera, sobre cuáles son
las cualidades del uno y del otro, nos deja con la emoción que toda separación
no renuncia a espacios para la confianza.
Sobre esa amistad, pareciese que el cineasta deja un lugar
para el buen sentir y la ilusión. Recordemos que Baumbach, ya había planteado
la separación de sus padres en la cinta “The Squid and the Whale” (2005). Así
que sin ser un melodrama pesado, el filme que hoy nos ocupa, no pierde en su
esencia el sentido del amor en la pareja. Si tenemos en cuenta que en la cinta ella
es actriz y su pareja director de teatro, pues en esa convención verbal, un poco
menos de “teatro” siempre les cae bien.
Y es que esta idoneidad, genera al menos en la pareja,
ese diálogo que no molesta, pero que reclama a buen saber la fidelidad de los
actos cotidianos: continuar una vida por aquello que “somos el resultado de la
suma de todos los momentos de nuestra vida” (“Antes del atardecer”, 2004,
aunque el cineasta Linklater narra los reencuentros inolvidables).
Si el amor está en el evento de ser uno y luego disponer
si se quiere —o no— de compartir la vida con la persona que nos atrae. El filme
es un tratado sobre el divorcio que nos recuerda que, el amor no se da en la
unión o se quita en la separación. “En tus ojos, mi rostro; en los míos, el tuyo. En los
rostros descansan los corazones fieles. ¿Dónde podríamos encontrar dos mejores
hemisferios sin un norte definido, sin un occidente declinante? Si nuestros
corazones son uno, o nuestro amor semejante, ninguno desfallecerá, ninguno
morirá” (“Tristán e Isolda”, 2006 del cineasta Reynolds, a pesar que el filme relata
el trágico amor de una princesa y un guerrero).
Gonzalo Restrepo Sánchez
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