Cuando me aproximé por
primera vez (de forma seria) al cine, alguna vez leí que el cineasta italiano
Sergio Leone (“Érase una vez en América”), sostenía que se aprendía más de las
malas películas que de las buenas. De las malas, no hacer lo que se observaba.
Y esto cae como anillo al dedo a “Geo tormenta”.
Este cine de
catástrofes, de aventura espacial, si rompe los esquemas de verosimilitud
elementales, amén de sus consecuentes "Deus es machina" (un elemento,
personaje o fuerza externa que no haya sido mencionado con anterioridad y nada
tenga que ver con los personajes ni la lógica interna de la historia) no
suscita ningún aplauso, aun entre los espectadores menos exigentes.
Y es que el cineasta Dean Devlin además de situarse torpemente
entre el cine de catástrofes y el grosero misterio criminal. El colaborador habitual
de Roland Emmerich, conlleva con el alemán, la tendencia a representar la
destrucción (digital) de ciudades enteras y la moda de inquietudes
medioambientales, como puro subterfugio para combinar espacios improbables o
ilógicos, con personajes de cartón piedra.
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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