El documental
colombiano “El silencio de los fusiles” de la cineasta Natalia Orozco. Es sin
lugar a dudas el primer documental sobre el proceso de paz en Colombia. El
argumento del filme se fundamenta entre
la guerrilla y el Estado. Y sobre esta relación de confianza y
transparencia, la cineasta
construye una película
nada estilizada y emotiva.
Los niveles de
“parcialidad” que alcanza el filme desde su arranque son sólo el anticipo de
una ausencia de clímax al que la directora conducirá sin mucho esfuerzo.
Pero al margen
de las buenas
intenciones, es un
trabajo con ausencia
y olor a lo
cinematográfico a pesar de la absorción a la realidad y que pareciese mandado
hacer por el Estado colombiano, pues no
se observa la expresión verdadera del documental etnográfico y que debió
ser un propósito vital entre la evidencia y el ojo.
“La asepsia
simbólica esteriliza las miradas […] allí donde ya no hay dioses, reinan
los espectros” (Novalis. EnDebray, 1994,58).Con
base en lo
anterior la lección
para los nuevos
cineastas debe ser
bien clara: Por supuesto que el cineasta debe
expresarse, pero para estos casos, no por encargo. Película, pues con ausencia
de ritmo a favor del asunto y con un pobre montaje. Y es que “La construcción
de una película podría ser considerada como una empresa metafórica
de la producción de sentido por el hombre en la dinámica de la sociedad que
expresa y sobre la cual ejerce su acción”. (Piault, 2002,84).
Así, pues, una etnografía visual no significa la
inserción de las imágenes en el discurso antropológico
como aliadas testimoniales,
sino en la conjugación
de dos formas de representación e
interpretación de la realidad que no son distantes en sus teorías, métodos,
cuestionamientos y visiones, y
que posibilitan un acercamiento
multisensorial a los contextos, sujetos y objetos de su
estudio, permitiendo no solo indagarlos desde el instante que proponen, sino
además desde las memorias que evocan (Arango, Pérez,2007).
Gonzalo Restrepo Sánchez
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