En copias restauradas hoy día y para acercarse a
algunas de sus películas menos conocidas por el gran público y todas ellas
rodadas en la década de los años cincuentas, destacaría: “Susana, carne y demonio” (1951), “Una mujer sin amor” (1952), “El bruto” (1953),
“Robinson Crusoe” (1954) y “La muerte en este jardín” (1956).
Una de las más notorias de esa década es “Susana, carne y demonio”, una producción mexicana de 1951 y la
cuarta película del aragonés en México e inmediatamente posterior a uno de sus
grandes éxitos, “Los olvidados”.
Respecto a este film con la luz de José Ortiz Ramos, la historia nos narra la
vida de Susana que al escapar del reformatorio donde había estado encerrada por
quince años, llega a la hacienda de don
Guadalupe. Allí es recibida como un miembro más de la familia por doña Carmen,
su hijo Alberto, la sirvienta Felisa y el caporal Jesús. Repuesta de sus
heridas, la paz de esta familia católica se verá amenazada por la joven.
La película reúne un trémulo melodrama y una comedia ácida, irónica y
mordaz. Pese a los escasos medios y
dinero para la época en que fue filmada, Buñuel presenta un penetrante y eficaz
despliegue de habilidades: Aprovecha al máximo las actuaciones de Fernando
Soler y Rosita Quintana. Desarrolla una narración sobria y ponderada, e indulta
de estorbos y adornos innecesarios a la película, que aun hoy día, cautiva y
retiene la atención del espectador. Y es que dota al film de energía narrativa
y de belleza visual.
Y es que si analizamos a partir
de este film los encantos de la mujer para sus propósitos, una gran parte de su
cine es precisamente la efigie del erotismo femenino, de la sexualidad lujuriante
y natural de la mujer que aparece vehementemente atractiva, y a la vez,
potencialmente peligrosa en los sueños de los hombres solos. En este contexto,
nos remite, formaliza y tramita sin temor a equívocos a Lilith: Ella pertenece a la tradición
judaica aunque, hay otras traducciones que la ubican en la sumeria
mesopotámica, donde se indica que toma residencia dentro del sagrado «Árbol
de la Vida», y que la diosa Inanna
había plantado en un jardín sagrado de la ciudad de Uruk.
Lilith es un nombre que procede
del hebreo Lil, cuyo significado es noche, pero, también traduce de Lilith:
nocturna, oscura, ausente de luz. Particularidades que conllevan a la
presunción del espacio de actuación de este interlocutor mítico, que se
relaciona a las fuerzas de las tinieblas. De hecho, algunas de las semejanzas
dadas al término Lilith, estarían asociadas a sus cualidades como un ser
inhumano, un espectro visible principalmente a través de sus poderes
libidinosos.
Y es que recorrer la filmografía
y la mayoría de los personajes femeninos de sus películas, tropezamos con
muchos ejemplos. El tratamiento del erotismo se mueve sin tropiezo alguno en el terreno de
lo sugerido y sobreentendido. El director de "Viridiana" y "El discreto encanto de la
burguesía", entre otros cuarenta filmes, nos deriva que si bien, desde “Un
chien andalou” y la primera escena —muestra al propio director cortando el ojo—
de una mujer aparentemente sumisa y dócil que se sienta en una silla sin oponer
resistencia alguna; cabe afirmar que fue la primera travesía en la búsqueda de
esa Lilith —entiéndase la Susana,
Celestine o Djin (Simone Signoret en “La mort en ce jardín”)— con sus dominios
lascivos. Esto lo que ostenta la mujer buñuelesca, además con un grado de
perversión y fatalidad.
En la película “Belle de jour”, por
ejemplo, la bella Severine es un personaje de una sociedad burguesa, quien en
una prueba de hallar su identidad femenina y dar rienda suelta a sus fruiciones
y gozos más retorcidos, decide ir a contracorriente de la sociedad hipócrita y ejercer
de prostituta en un prestigioso burdel.
En “Diario de una camarera”,
Celestine, la criada doméstica, objeto de deseo de los hombres de la película,
se rebela ante el asesinato de una niña y para descubrir al culpable, este
personaje femenino adopta una postura que combina sordidez y pasión provocadora. De esta forma, usufructúa el
poder sexual que ejerce sobre los hombres (sobre todo con Joseph).
De manera que estamos
definitivamente ante un cine de mucho estudio, y que nunca es repetitivo aclarar
y poner acento en las características del cine de Luis Buñuel. Por lo pronto,
en medio de tanto signo, recordar sus propias palabras acerca del amor: “El amor sin pecado es como el
huevo sin sal”. Así es la condición humana, y, en este asunto de las
interpretaciones, la polisemia sobre las mismas imágenes (al igual que los
sueños o las repeticiones en su relato), bien vale la pena traer a colación su
película, “El ángel exterminador”
—también llamado ángel del abismo,
Apocalipsis, 9:11—, pues provee a la película de uno los libros de la Biblia y
a cómo estas visiones escritas por San Juan nos exhortan a los
humanos a buscar dentro de nosotros mismos nuestra propia realidad. “La memoria
es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe
la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una
verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra parte, no tiene sino una
importancia relativa, ya que tan vital y personal es la una como la otra (“Mi
último suspiro”, de Luis Buñuel).
Gonzalo Restrepo S.
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