Ya en el cine todo se ha contado, lo
único que permanece abierto y renovable es la forma de contar. Y en este
sentido es lo que le ocurre a la película “La la land” (no le extrañe si arrasa
con los “Globo de Oro” y los “Oscars”). Una historia de amor y anhelos entre
dos jóvenes, Sebastián y Mia; donde precisamente los deseos superan al amor,
sin que el amor pierda su esencia en la pareja que se ama, ya que nada se deja
a la improvisación.
Y no solo eso, y es que
esta historia con dos finales (si se quiere ver así), diseña en su discurso que
los sueños (cargados de muchas frustraciones) abordan la vida y que el devenir
de la misma los consolida y no en los momentos que a veces deseamos. Historia
pues que cargada de muchos guiños cinéfilos (títulos de filmes, locaciones, actores y evocaciones al musical americano), algunos planos secuencia
excepcionales, el jazz (como el arte de la improvisación) y unos jóvenes “rebeldes
(con ellos mismos) sin causa”, confieren un mensaje de persistir con talento en
lo que se desea, aun en ese amor enamorado de cualquier pareja.
Sin ser una historia pues de segundas oportunidades y con un poderoso
arranque, el cineasta Damien Chazelle nos narra una historia de anhelos
que mirados en lontananza, dejan la sensación de alegría y de aquel amor que
siempre fue y será, y que además, no en vano, la vida vale reamente la pena
vivirla. No importa que caminemos hacia delante sin volver a mirar atrás. Un
buen mensaje para estos tiempos de pobreza espiritual en que viven muchos
jóvenes (y no tan jóvenes).
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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