“No” es un filme que nos
señala sin rodeos una transición en la vida política de Chile, sobre cómo se
pasó de la opresión a la democracia. En este contexto, las imágenes del chileno
Pablo Larraín, sin sobresalto algunos transitan sin retórica alguna y con
personajes sinceros (también sus actores). En 1988, la dictadura chilena del
general Augusto Pinochet escrutaba validarse ante el cosmos que lo observaba,
con un plebiscito sobre su prolongación.
Los chilenos se toparon
frente a dos iniciativas: el “Sí”, que representaba la permanencia en el poder
de Pinochet por ocho años más, y el “No”, que aprobaría el emplazamiento a
elecciones democráticas y la eventualidad de un cambio en el régimen de
gobierno.
Durante 27 días, todos
los chilenos protagonistas tuvieron 15 minutos de la franja televisiva para meter
en la cabeza a los votantes el “Sí”, que tuvo detrás todo el poder oficialista
(al mejor estilo de nuestro país vecino) y el “No” recurrió a la creatividad
publicitaria (así empieza el filme) y el
humor para poder lograr un mensaje
cautivante. En este contexto se desarrolla la trama de la cinta, que hoy día,
todos ya conocen el resultado.
En cuanto a lo rigurosamente
cinematográfico, la película toma ciertas decisiones significativas y
arriesgadas. La primera es el formato: utiliza cintas magnéticas de la época en
formato 4:3 de una calidad baja, pero justificada en su tono y fenomenología de
cara al pueblo chileno especialmente.
Se debe tener presente
asimismo, que el filme utiliza a modelos actanciales de la época: actores, e incluso
a un ex-presidente de la República, con criterios de justificar aún más el formato
elegido, con fin de provocar a través del diseño visual, fragmentos sensoriales
muy importantes, que cambiaron el curso de la historia.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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