Si usted vio en la
pantalla el film “El mago de Oz”, de
Victor Fleming (1939) y recuerda aun a Judy Garland (reconozco que tuve que verlo en
la televisión hace ya algunos años), e intenta compararlo con este precuela, no
podemos decir que es la mejor y afortunada herencia, pero es un film bastante
bueno, que no deja nada en el tintero para la imaginación del espectador.
Sin cometer spoiler
alguno, esta fantasiosa historia de Oscar Diggs (James Franco), un mago de
circo de dudosa reputación, que debe abandonar la polvorienta Kansas y “trasladarse”
al brillante País de Oz, habla a la larga de lo bueno y lo malo del ser humano.
Siempre, por donde transitemos, habrá alguien bueno y/o alguien malo. Pero también
la ideología bifurca en la honestidad con uno mismo.
Pero, la mejor
estrategia para vencer las adversidades de cuando estamos frente a alguien
malo, es precisamente la magia de la invención en artilugios para generar miedo
al contrario. En el film, todo se recrea con mucho brillo, colorido y ganas de
agradar con todos las técnicas habidas y por haber en el cine para sorprender
nuestra imaginación.
Es pertinente señalar,
que Sam Raimi, con un trazado infantil (la historia a la larga es para niños),
nos introduce a un carismático mago y sus personajes más próximos, con la
mentalidad de un inocente (por ejemplo, la muñeca de porcelana entre otros). Y
esto debe ser así, pues la enseñanza de la película y para la gente adulta, es
para profundizar en espacios como la ciudad Esmeralda de la fábula: una
metáfora sobre cómo sería de bueno vivir hoy día en un lugar donde todos
queramos pertenecer.
Película pues altamente
recomendada para ir acompañado de los hijos pequeños (y algunos no tanto). La
lección está a la vista.
Gonzalo restrepo sánchez
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