La cineasta alemana
Doris Dörrie (“Cómo cocinar tu vida”) dirige en esta oportunidad a Hannelore
Elsner en el papel de Trudi, Elmar Wepper como Rudi y Aya Irizuki como Yu, en
un film lleno de sinceridad y ternura, cuyo título nos remite a un festival en
Tokio que evoca precisamente la idea madre de esta película: Reconocer
—metafóricamente hablando— la flor del cerezo que a la larga es la vida,
precisamente por lo efímero.
La pregunta que surge
después de haber visto “Cerezos en flor”, es si el tiempo que nos quede por
vivir en este planeta, debemos vivirlo a tope o seguir la rutina diaria. La
respuesta está dividida en dos partes en el metraje de la película. La primera,
que se remite a los encuentros y desencuentros de los padres con los hijos,
parece no ser la mejor solución; ya que todo el mundo vive a su vez su propia
vida, abandonando la mirada a nuestros seres más amados.
La segunda, es todavía
más sencilla y me gustaría expresarlo a través de un haiku: “Nuestros destinos/
Siempre vivos/ en el corazón del cerezo”, que pertenece a Matsuo Basho, una de
las grandes figuras de la poesía japonesa de la era Edo (1603-1867), quien pudo
observar cómo la práctica del Hanami —literalmente, (mi) contemplar las flores
(hana) — se extendía a todos los niveles de la sociedad.
Con claros ecos de
“Cuentos de Tokyio”, la obra maestra de Yasujiro Ozu, Doris Dörrie a la larga
nos habla de los enigmas de la existencia. Ambas películas recomendadas a
aquellas personas que desearían tener un poco de claridad con los ojos cerrados
de su propio interior, sobre qué es la vida. Y es que eso es “Cerezos en flor”,
una road movie interior.
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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