viernes, 29 de marzo de 2013

Cerezos en flor



La cineasta alemana Doris Dörrie (“Cómo cocinar tu vida”) dirige en esta oportunidad a Hannelore Elsner en el papel de Trudi, Elmar Wepper como Rudi y Aya Irizuki como Yu, en un film lleno de sinceridad y ternura, cuyo título nos remite a un festival en Tokio que evoca precisamente la idea madre de esta película: Reconocer —metafóricamente hablando— la flor del cerezo que a la larga es la vida, precisamente por lo efímero.

La pregunta que surge después de haber visto “Cerezos en flor”, es si el tiempo que nos quede por vivir en este planeta, debemos vivirlo a tope o seguir la rutina diaria. La respuesta está dividida en dos partes en el metraje de la película. La primera, que se remite a los encuentros y desencuentros de los padres con los hijos, parece no ser la mejor solución; ya que todo el mundo vive a su vez su propia vida, abandonando la mirada a nuestros seres más amados.

La segunda, es todavía más sencilla y me gustaría expresarlo a través de un haiku: “Nuestros destinos/ Siempre vivos/ en el corazón del cerezo”, que pertenece a Matsuo Basho, una de las grandes figuras de la poesía japonesa de la era Edo (1603-1867), quien pudo observar cómo la práctica del Hanami —literalmente, (mi) contemplar las flores (hana) — se extendía a todos los niveles de la sociedad.

Con claros ecos de “Cuentos de Tokyio”, la obra maestra de Yasujiro Ozu, Doris Dörrie a la larga nos habla de los enigmas de la existencia. Ambas películas recomendadas a aquellas personas que desearían tener un poco de claridad con los ojos cerrados de su propio interior, sobre qué es la vida. Y es que eso es “Cerezos en flor”, una road movie interior.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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