Este filme de Norton (quien también actúa) si bien se
excede en su metraje, podemos describir que es una cinta buena en términos
generales. Cuando leemos que el director y estrella Norton adapta la novela de
Jonathan Lethem en una película con ecos de clásicos de la novela negra como
“Chinatown” o “The Big Sleep”, es evidente que estamos ante un filme hecho al
mejor estilo noire y con talante.
El asunto ideológico es que a medida que “Motherless
Brooklyn” retrocede en el tiempo, explora el racismo y la historia de una
ciudad como Nueva York y, asimismo numera los asuntos del poder. Otro asunto a
destacar es que si bien el actor director Norton da vida a un personaje con una
manifiesta discapacidad, al final lo admitimos como héroe aunque cueste un poco
acostumbrarse a esa percepción.
De todas formas, el filme ambientado los años
cincuenta,y desde mi punto de vista, en
la medida que avanza en la trama, va encontrando —entre los acertijos ofrecidos
en la trama— su ritmo y esto es de agradecer dada la cantidad de personajes en
la puesta en escena.
Respecto al análisis del héroe de la novela negra como
tal, Lionel Essrog (Norton, quien también escribe el guion) es, en
muchos sentidos, y a pesar de ser el típico detective —y narrador en la cinta—,
y que tiene además el síndrome de Tourette; resulta ser un investigador
inteligente, astuto, perspicaz, aunque por supuesto un tanto lejos de la figura
de Sherlock Holmes.
Daniel Craig regresará para su salida final como James
Bond en la entrada 25 de la serie, No Time To Die.
La última vez que vimos a Bond se fue al retiro con su
amor, la Dra. Madeleine Swann ( Lea Seydoux ), pero pronto se ve obligado a
abandonar el retiro para enfrentarse a un nuevo enemigo mortal.
Sin embargo, ¿cuándo podemos esperar que la nueva
película de Bond se estrene en los cines y quién protagoniza la nueva salida?
Esto es lo que necesita saber sobre Bond 25, también
conocido como No Time To Die.
El filme comienza con Waad hace diez años (con 18
años) y relatado en primera persona nos aproxima a una dolorosa historia sobre
el amor y la guerra.Entre los muchos activistas que han argumentado la
guerra civil en Siria, la historia de Waad al-Kateab, de 26 años, es quizás una
de las historias que llega bien pronto al pathos del espectador.
En “For Sama”, al-Kateab y el codirector Edward Watts
han realizado un largometraje a la primera hija de la activista Waad —que nació
en enero de 2016— durante el auge del conflicto. Han señalado con cámara firme
el último año de asedio de Alepo, así como todo lo se deriva de esta situación
y especialmente cómo este conflicto ofrece de primera mano, la afectación a las
familias y, fundamentalmente a los cientos de víctimas inocentes que son niños.
Para cuando los ataques aéreos rusos y los asaltos de
las fuerzas sirias echan abajo la mayor parte de la ciudad —a fines de 2016—, incluso
los ocho de los nueve hospitales en Alepo, la presencia del doctor Hamza es
todo lo que coexiste de una militancia y ante todas las resignadas víctimas
restantes. Al final, las imágenes sin misticismo alguno, revelan el lugar hundido
en el caos —con algunos cuerpos heridos y otros muriendo—, y la sangre como
aparente elemento de libertad, que no deja de correr en un sombrío espacio, así
los médicos y enfermeras se esfuercen por hacer lo que pueden.
Documental triste por supuesto, pues que llega al alma
y que con una mirada desde el punto de vista de una mujer, estremece hasta los
mismos bastiones del ser humano que solo desea vivir en armonía con el mismo y
los demás. Si bien casi las mismas escenas de terror han sido observadas en la televisión,
en esta oportunidad las sentimos más de cerca y surge la reflexión de lo que
las dictaduras son —a fin de cuentas— capaces de hacer.
Esta película es un claro ejemplo de las estrategias publicitarias, festivalaleras y políticamente correctas —que existen— para alcanzar una estatuilla, pero este no es el tema para analizar hoy en este filme que, en lo estrictamente cinematográfico, el realizador sin recurrir a una concreción narrativa —y alejada de la abstracción— plantea un acercamiento a la naturaleza humana y la sociedad en la que vive.
De todas formas, para nadie debe resultar una sorpresa que“Gisaengchung” (“Parásitos”) —con un guion inteligente— haya sido galardonada por la Academia como la mejor. En el límite de lo verosímil, esta historia es tan universal que de pronto es uno de sus puntos a favor para ser reconocida internacionalmente.Un trabajo que si bien no logra que el espectador se reconcilie con su hábitat, con la historia y —algo muy importante— con su yo interior, indaga la polisemia semántica del vocablo:expiación.
La cinta galardonada ya en Cannes, es dirigida por el surcoreano Bong Joon-ho (“Okja”, “Memories of a Murder”) y nos permite ver con gran maestría como coteja una Corea del Sur que, por un lado habita una burguesía espléndida —que disfruta de todos los beneficios de un país próspero— y por el otro, los olvidados (no a lo Buñuel, claro está) de dicha sociedad: aquellos pobres que para poder subsistir tienen que arreglárselas —el filme comienza cuando Gi Woo (Choi Woo Shik) que vive en el bajo de un edificio, trata de encontrar un rincón en su desván, en el que pueda conectarse a una línea wifi gratuita de algún vecino del edificio. Los Ki-taek viven en una zona pobre de Seúl.
Y es que si bien el filme a través del contraste entre una familia pudiente y los Ki-taek, quienes no lo son —con todas las aflicciones que cada nivel de la familia puedan vivir—, el cineasta —y hay que enfatizarlo— deja igualmente la idea de quienes son “los parásitos” y sin excluir a los acomodados.
En el filme la metáfora de un edificio donde viven —y como viven— los de abajo y los de arriba, permite quizá plantear que “a través de la hipótesis sobre las representaciones sociales (de pronto en occidente), se observan intentos de avanzar hacia la discusión de conceptos teóricos donde el paradigma de las representaciones sociales se vincula de manera implícita al concepto de imaginario” (Arruda-De Alba, 2007).
Si bien el cineasta en el último tercio del filme conduce a la locura en un violento y tétrico tramo final en el que creemos que cualquier cosa es posible —nada, nada de lo humano me es ajeno—; el logro mayor y realmente sorprendente de un cineasta asociado hasta ahora al cine fantástico, es el de introducir un subtexto de denuncia y advertencia social en su propuesta.
Para quien el imaginario supone esquemas diferentes que actúan siguiendo el principio de la equivalencia y se expresan mediante imágenes simbólicas creadas de manera dinámica como giro argumental, en “Parásitos” brotan interacciones entre las pulsiones y lo social en una sátira irreverente. Además y a modo de conclusión: igual que algunos personajes de la película, muchos seres humanos también pueden soñar despiertos (evocando al personaje Kim de la cinta).
La película arranca en la mina de Welo, en Etiopía en 2010 dando la sensación de todo menos de un thriller. En este prólogo breve vemos como se extrae un pedazo de roca de una mina, y muchas gemas alojadas en él, pero aun así, no nos permite ir adquiriendo un sentido de lo observado y ese instinto cinéfilo de que estamos ante un excelente filme.
De ahí saltamos a Nueva York en 2019 para observar a Howard Ratner (Adam Sandler). Dicho sea de paso un Adam Sandler cuyas fortalezas interpretativas nos remite de algún modo a “Punch-Drunk Love”. Así que estamos ante un personaje que es aceptado o rechazado por la audiencia, con base en sus intenciones, fines y modo de ser.
Y es aquí cuando parte todo ese cosmos de los hermanos y directores de cine Joshua y Benny Safdie (“Good Time”): una frecuencia áspera e impulsada por los riesgos de (¿cualquier ser humano?). Estamos pues ante un suceso de imágenes que armoniza retratos de un thriller psicológico, sombrío, con súbitos estallidos de drama frenético de un judío —y no se está exagerando—. ¿Qué diría Woody Allen?
Si del caos nació el destino, Howard prospera en el caos, como deja claro el primer tercio del filme —con la cámara del director de fotografía Darius Khondji en torno a la figura y compostura del personaje—. Con una apreciable banda sonora de percusión (Daniel Lopatin), enoja en sentido cinematográfico, la invariable resonancia de la acción por momentos trepidante. Si todo esto es lo que podemos observar como espectadores, pues a poner a prueba sus límites de resistencia.
Con tan solo dos películas como directora: “Lady Bird” (2017) y esta sexta versión de “Mujercitas”, Greta Gerwig se ratifica como una de las cineastas más aptas y emotivas del reciente cine estadounidense. Con una mirada sensible en su puesta en escena, la han convertido en un referente clave del cine independiente y una voz válida para los retos y anhelos de la mujer contemporánea, sus propósitos y su identidad femenina —observada también en la cinta.
El filme basado en la obra de Louisa May Alcott, esta versión para el siglo XXI, habla a la larga de los lazos familiares a través de cuatro chicas hermanas con diferentes pareceres (“hay ciertas personas que son indomables”, escuchamos en el filme). Vigente película en torno a lo que el ser humano busca en su interior como verdad para sí misma.
Con base en lo anterior, la película de trama sencilla a la larga,representa el camino hacia la madurez de cuatro hermanas en el siglo XIX en Massachusetts y empieza con Jo y sus deseos de escribir bien pronto. Aquí se gesta quizá la impronta de los primeros intentos por ser quien se quiere ser. El resto de las hermanas y sus respectivas vidas, es unamezcla algo volátil y de buen humor, franqueza y hasta celos en un hogar de mujeres muy bien puntualizada.
De manera que película y libro son un tesoro perpetuo de la literatura popular estadounidense y el cine, permitiendo a la nueva generación tener una clara percepción de ello. Se entiende que las niñas Marmee, la madre (Laura Dern) y su padre (Bob Odenkirk),modulan una reflexión sobre la creación y sus abnegaciones, sobre la madurez —con sus portazgos—, pero, fundamentalmente, deja sosegado que el amor —en todas sus manifestaciones— es un juego eterno.
La película “The Lunchbox”, permitió el debut del
indio Ritesh Batra en 2013, una experiencia según la crítica internacional
agradable visual y emocionalmente. En esta oportunidad nos revela su reciente
idea plasmada en el filme “Fotografía”, para “hablar” del amor —posible o imposible—
según se vaya observando la historia.
Estamos
pues ante una película que
narra las dificultades de los estratos sociales en la India —como algo más que irresoluto—,
trascendiendo hasta las ideas y afrentas de la pobreza y la condición del ser
humano; para ello Rafi (a quien su abuela desea que se case pronto) y la chica Miloni
—de otro nivel social— se “pasean por las calles del destino” donde sin lo paradójico
de la vida, estatismo visual y contextos caricaturescos, se alejan, pero también
se aproximan al vaivén de una fotografía.
Vale la pena rescatar el personaje de la terca abuela
de Rafi, quien resulta ser un viable catalizador sobre la vida amorosa de su
nieto, conservando ese don cinematográfico del relato para “unir” el viaje en
apariencia sin rumbo definido de su nieto y la premeditada búsqueda de una figurada
escisión entre la realidad y el sujeto protagonista.
Con manejos de la elipsis a veces sin permiso visual,
estamos pues ante un buen filme cargado de muchas sensaciones, uno quizá sea la
propia timidez del personaje principal masculino que por momentos exaspera, sin
olvidar el sentimiento de tristeza en algunos momentos del filme. Pero es que
la vida es así.