lunes, 29 de julio de 2019

CINE COLOMBIANO: "LOS SILENCIOS"



Esta historia ambientada en  la Isla de la Fantasía, una pequeña isla ubicada en la frontera entre Colombia, Brasil y Perú, plantea el tema de los desplazados de Colombia. Y es que el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC para asimilar el efecto que el conflicto armado tiene en familias inocentes, inquieta en un drama alejado de la marginalidad y la exclusión social.


Si bien la cineasta Seigner realiza un filme sobre cómo pugnar honestamente con la pérdida de un ser querido e igualmente sobre la nada fácil idea de perdonar —algo difícil en el ser humano—. Aun así, Seigner cuida no presentar estos puntos reflexivos, emotivos, aunque mostrados con gran riqueza audiovisual y de manera muy explícita. Y es que a la hora de hablar del conflicto y plantear los problemas burocráticos de los desplazados, siempre habrá muchos fantasmas por descubrir.

La película en un tono —con algo de realismo mágico— tolerable y que conmueve por momentos, plantea a través de sus protagonistas la esperanza de iniciar un nuevo mundo gobernado por valores e ideas democráticas en los que no sea forzoso luchar por lograr una dignidad, y donde la aptitud dé paso a la fraternidad. Aunque resulte una reflexión cándida, podría ser considerada una muestra de vivir en paz con uno mismo y los demás.

Los protagonistas (entre ellos la niña)  terminan por rendirse al nada ilusorio universo que se abre frente a ellos. En el fondo, han encontrado la tranquilidad que se anhela entre tanta violencia. Un “compañero” —el sosiego— para poder mantener una conversación agradable con uno mismo y comenzar un negocio idealista. La idea de utilizar el deseo del trabajo y superación en una civilización utópica —alejada de la barbarie—, genera unos personajes creíbles y una historia para nada lacrimógena y con los tips propios de ese cine latinoamericano de la pobreza y exclusión social, aunque la película no acentúa la abyección como idea central.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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sábado, 27 de julio de 2019

Here and Now



Un log line como Vivienne (Sarah Jessica Parker en un excelente roll), una cantante de jazz neoyorkina, recibe un nefasto diagnóstico para su salud", podría ser todo para entender lo que deviene en la vida de este ser humano. Sin embargo, con cierto matiz emocional a este híbrido de musical, drama y romance, permite al menos estar atento frente a la pantalla.

Actualizando la idea del filme “Cléo 5 a 7” (1962), un clásico de Agnès Varda, la película utiliza la inmortalidad de la música en una mujer que va a fallecer. Esta propuesta antagónica permite evaluar que la vida a la larga no es nada por muy heroína que el personaje pueda ser ("Ha veces siento que la mente se me hace polvo", dice la letra de una canción). Historia pues cargada de una premisa fundamental: ¿existe un mínimo espacio de luz entre el miedo a una determinación y el escenario de un veredicto de muerte?  
La guionista Laura Eason ("House of Cards") parece ser que toma prestada la estructura básica de Varda y realiza un guion aceptable donde todos los encuentros al azar (o no) que se observan, sirven para modular y/o las opciones melodramáticas de la cinta.
Gonzalo Restrepo Sánchez




miércoles, 24 de julio de 2019

The Lion King



Excelente filme que suscita todos los mejores comentarios. Es evidente que las nuevas tecnologías en el cine, hacen de este tipo de cine algo verdaderamente magistral. Este híbrido de drama, aventura y musical en comparación con el filme original, mantiene no solo los mismos niveles de calidad y cinematografía, sino que lo supera.


Y asimismo porque una gran cantidad de talentos pactaron prestar sus voces, incluyendo a Donald Glover como Simba, hijo pródigo; Beyoncé como su futura reina, Nala; James Earl Jones retomó su roll como el rey original Mufasa, con Chiwetel Ejiofor en vez de Jeremy Irons como su hermano viril y perverso, Scar.

Volviendo a la trama, bien se asemeja la conducta de ciertos animales observados —como las hienas—, al ser humano; por eso, tal vez sea una historia igualmente para el adulto que advierte bien la condición de ese ser humano, rodeado de mucha gente —algunos se comportan como el personaje Scar del filme, quienes logran ambicionar sus metas sin mirar a los demás— y a veces de malas intenciones.

Eso podría ser la ideología del filme, las malas intenciones que no logran triunfar, pues el que mal actúa mal acaba. Sobre esta idea y sentimiento, el cine siempre lo ha ilustrado más que bien. Y es que el perverso león Scar del filme, evoca a nombres muy conocidos como la encarnación del mal en Caín, Jack el destripador, Hitler; o en protagonistas literarios malvados que se han inmortalizado como Ricardo III, de Shakespeare o el archiconocido perverso —y galán— Dorian Gray, de Oscar Wilde.
Todos ellos encarnan la perversión y maldad. La noción moral del mal solicita a la interpelación de por qué los seres humanos somos y estamos dispuestos de ejecutar iniquidades, de convertirnos en la causa del amargura de los otros o de nosotros mismos y, en corolario, formular de qué manera tiene aún sentido para nosotros —cinéfilos o no— aquella afirmación que hiciera Hobbes con respecto a que “el ser humano es lobo para el ser humano” y ensayar a dilucidar la propensión o inclinación al mal de nosotros, los seres humanos.

Nicolás Maquiavelo era un convencido de que el ser humano no es malo por naturaleza. En sus famosos “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” dice que el legislador debe tener en consideración que los humanos son malos —injustos— solo cuando los prueba una tentadora ocasión y en el caso del filme “El rey león” sin lugar a dudas Scar.

Película pues excelente en contenido y gramática cinematográfica, acompañada de la música de Hans Zimmer. Y es que el cineasta Jon Favreau confía considerablemente en el material que le provee sus personajes—todos convincentes—. Según Deleuze, el primer plano (los de Zazu, Zimba y Scar para el filme que nos ocupa) no es nada análogo a un acercamiento desde el plano medio, sino un ejercicio de idealización; un aspaviento de exploración puramente fenomenológica: aislar el sujeto-objeto de nuestra mirada para extraer algo de su semblante que de otra forma resultaría inabordable.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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sábado, 20 de julio de 2019

Dolor y gloria



Si bien la historia es sencilla —una serie de descubrimientos en la vida de Salvador Mallo, un director de cine (encarnando por Antonio Banderas) en su ocaso—, la fábula ausculta más bien las interioridades de un ser humano. En este sentido, la película “Dolor y gloria” es un trazo autobiográfico.


La historia que arranca con breve flash back (la infancia) de Salvador, nos introduce de entrada en ese mundo del cine y sus reconcomios a través del coloquio entre los personajes de la historia. De manera que entre diálogos (los interiores también) y el flash back, la narrativa es brillante y pausada, digna de un Almodóvar depurado en su arte. Y es si bien esta película logra buenos niveles de impacto emocional, asimismo forzará a más de uno a no retirar la mirada de la pantalla.

Tan distinguidamente iluminada esta cinta por José Luis Alcaine y la música de Alberto Iglesias, tenemos la libertad de asistir a un filme familiar y a la vez novedoso —por lo personal— del cineasta. Y es que la devoción (si es que existe por nuestro propio ser) no se convierte en la única condición de sobrellevar el desasosiego. Sin lugar a dudas, la película se debate entre (o con) la nostalgia cinéfila, el amor materno o las relaciones tormentosas.

El protagonista, que desde el principio recela de tanta realidad (“Era el hombre más solo que la muerte ha visto jamás”, se dice para sí), aborda su soledad y, parece ser lo único consciente del absurdo que cree lo rodea. A fin de cuentas, todo conduce a la necesidad urgente de volver a lo de antes: en cierta medida al feroz mundo en el que se ha arrastrado (en el mejor de los sentidos).

Gonzalo Restrepo Sánchez
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martes, 16 de julio de 2019

Toy Story 4



Esta película aunque está destinada al público infantil, no deja de ser un filme para adultos. El o los mensajes que la cinta deja en torno a la amistad, invitan realmente a una reflexión sobre ello. Y es que si bien los personajes son juguetes, las cualidades de entrega, compromiso y sacrificio observados entre ellos, deja una reflexión generosa a cualquier adulto que la observe. Si “Toy Story 3” utilizaba el espacio de una guardería, para los “debates” sobre la relación entre los personajes, “Toy Story 4” lo hace en una tienda de antigüedades situada cerca de una feria.



La historia arranca escuchándose la letra de la canción “Yo soy tu amigo fiel”.  Y es que cuando John Lasseter realizó su primer “Toy story”, ya involucraba con la canción los sentimientos de jóvenes y no tan jóvenes. Pues bien, esta idea reafirma una vez más de lo que está hecho el juguete Woody —o el personaje que más de uno quisiéramos ser—. Este vaquero llamado Woody evidencia ser el regreso de un personaje héroe a lo Spielberg: una rectitud absoluta y un sentido del deber y de —como escribía al comienzo— la honradez, la pertenencia y generosidad.

En este orden de ideas, la historia cargada de aventuras, su director la engalana con una brillantez sublime. Woody y su relación con Bonnie, su aceptación sin resentimientos y preocupación para que su nuevo juguete preferido: el increíble Forky, sea consecuente de su gran responsabilidad. Aquí por supuesto entran las reflexiones y de las que nadie está ausente.
Hablar de la amistad, desde la figura de la teoría ética de Aristóteles, presume discurrir en cierta forma acerca de la justicia y, por lo tanto, aproxima toda relación entre sus semejantes —en cuyas partes se da algo en común—. En la película verificable entre los juguetes. Empédocles sostiene que la amistad se funda en cierta igualdad, al afirmar que “lo semejante tiende hacia lo semejante”.

Si bien las dos hipótesis opuestas acerca del origen de la amistad —en el sentido de que ésta se da o entre seres semejantes o entre contrarios— generan en “Toy Story 4” lo melodramático en la historia, evocando por supuesto, una posterior diferenciación aristotélica de la amistad entre semejantes y desemejantes. El tratado de la amistad en el cine contemporáneo desde la apariencia de género —queramos o no— supone una nueva representación.

Volviendo al filme y aunque son los sentimientos tan identificables y cinematográficos de Woody los se sitúan en el médula de la película, el rescate del personaje de Bo Peep y su cambio de carácter, es lo que le dan profundidad y sentido a la aventura del vaquero, que explora los dilemas del mundo que se le abre, ofreciendo al mismo tiempo mucho júbilo a los más pequeños y mucho de qué cavilar a los adultos.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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lunes, 15 de julio de 2019

The Spacewalker (Vremya Pervyh)



Un domingo 20 de julio de 1969 un par de astronautas norteamericanos pisaron la Luna por primera vez. La misión Apolo 11 del programa espacial de los norteamericanos consiguió llevar a los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin a la Luna. Las celebraciones están a la vuelta de la esquina y el cine siempre ha estado ahí para señalar este acontecimiento.


Cabe recordar que desde que en 1902 el cineasta francés George Mèliés mostró un viaje a la luna en su película “Viaje a la Luna”, y es que el cine siempre lo ha mostrado con categoría. Películas como “La mujer en la Luna” (“Frau im Mond”, Fritz Lang 1929) o “Con destino a la Luna” (“Destination Moon”, Irving Piche, 1950) nos mostraron el viaje desde la ciencia-ficción.

Si bien existe una extensa filmografía al respecto (“Primer Hombre”, “First Man, Damien Chazelle, 2018), de todas formas, es a partir de 1969 y el alunizaje del Apolo XI, cuando el asunto se convierte en argumento de dramas y películas (títulos como “Elegidos para la gloria (“The Right Staff”, Philip Kaufman, 1983); en 2013 se pudo observar el histórico vuelo de Gagarin en la gran pantalla y en el año de 2017 a Alexéi Leónov —protagonista de “El tiempo de los primeros” (Время первых/Vremya Pervij). La película —traducida al inglés con el nombre de The Spacewalker—, narra la disímil leyenda del primer paseo espacial según su cineasta Dmitri Kiseliov.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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sábado, 13 de julio de 2019

BORDER


Con un laberinto emocional del personaje Tina —magistral trabajo de Eva Melander, en un esmerado trabajo de maquillaje y caracterización—, este exitoso e interesante filme sueco (aunque su director Ali Abbasi es nacido en Teherán), no revela solo sobre la capacidad y semiótica del oler quizá, sino una historia de pasión con acento de intriga en el filme, que al igual que en la literatura, siempre desempeña un papel de purificación.



Esta cinta es una de las experiencias cinematográficas más gratificantes del cine europeo en los últimos años. Primero porque nos topamos ante un retrato femenino fascinante —protagónico— que, al mismo tiempo, se sale de todas los clichés o propuestas determinadas del reciente cine europeo. Si bien Tina —una agente de aduanas— es una mujer de un físico para nada pulcro ante el resto de la humanidad, con un rostro fuera de lo común y que llama poderosamente la atención y, aun a su manera de desempeñar su particular trabajo; se vale de un avanzadísimo olfato (como un sexto sentido) para su trabajo diario.

Esta mujer capaz de sentir la turbación, el temor, los sentimientos de culpa y de forma categórica la maldad en los pasajeros que traspasan un pasillo ante su solemne imagen taciturna, es el eje principal de esta cinta cargada de los mejores elogios y recomendada a todo buen cinéfilo.

Película pues de una alta dosis de sinceridad en su veracidad y que cargada del sentido de autoayuda del personaje principal, se expresa toda una historia de amor entre seres marginados e, ilustra posiblemente el género del thriller psicológico con el terror.


Gonzalo Restrepo Sánchez
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