Inspirada (con algunas licencias artísticas) en hechos y
personajes reales, este filme argentino es, en esencia, un aceptable penetrante melodrama
familiar sobre la gente común en situaciones pasmosas (en el sentido exacto que
escapan de lo habitual). Y es en ese contexto, el núcleo emocional de una
película hecha con mucho corazón.
Andrea (Oreiro) es una mujer viuda de clase media con
tres hijos, Gustavo (Federico Heinrich), Matías (Juan Pedro Rodríguez Isturiz)
y Martina (Julieta Rodríguez Isturiz), y trabaja en una inmobiliaria, pero un
día la tribulación le llega por la detención de su hijo sobre un violento robo
a mano armada, y no le queda más remedio que concurre a tribunales con su
abogado Emilio (Luis Campos).
En la cárcel, donde se desarrollará buena parte del
relato, o sumerge en una mujer con todos sus rencores e ilusiones. En este sentido
la película tiene recapitulaciones intrigantes, y cercanas a los hermanos
Dardenne en cuanto retrato a ese humanista de un cosmos desapacible.
“La mujer de la fila” aborda con convicción y profundidad
varios semblantes: la privación, la ineptitud, los regaños, el error, la
vergüenza frente al qué dirán desde el escarnio social, y el apoyo y la
empatía, el intentar a aprender cómo ayudar y dejarse ayudar en un argumento
donde casi todas las disconformidades culturales y económicas son indiscutibles
pero acaban disipándose hasta explorar el evento de la indulgencia y la
redención.
Una película pues sencilla que aborda un hecho real y ese
gesto con el que su director Benjamín Ávila decide terminar su filme nos reconcilia
una imagen cotidiana, apropiable al ámbito de la memoria particular, en un
espejo que destella la fuerza desbordada que define el carácter de una madre
como Andrea.
Para terminar, esta cinta no es, sin embargo, una obra
que sustente la construcción de una búsqueda del instante y sobre la negación
de una realidad injusta, o que fuerce la narración para introducir desde fuera
una luminosidad imposible, por irreal. La
imagen se queda descobijada, sin emergencia de agarrarse a algún tópico. Es
entonces, cuando la película crea el tono realista con el que va a retratar el
día a día de los personajes, y, en consecuencia, concluyendo por componer todo
su sentido.
