La película “Un fantasma en la batalla”, representa el
regreso al cine después de casi ocho años de Agustín Díaz Yanes. Un filme que
es una muestra de cómo sea hace precisamente un trabajo extraordinario. Pero
Díaz Yanes se cuida de no caer en la pura exploración de los hechos y prefiere hacer
una película poética (desde su título y que haya aliados en esas canciones
italianas y en la interpretación de Susana Abaitua). Con base en Elina Liikanen (2012) podríamos crear tres
modos de personificar literariamente el pasado: el vivencial, el reconstructivo
y el contestatario. Estos tres horizontes caminan de más a menos en la ilusión
mimética y horizonte de sabiduría y, de menos más, en cuanto al trayecto que
sitúa a los espectadores (y lectores) en la correspondencia con lo contado.
“Un fantasma en la batalla” con un guion elaborado a base
de penetrantes recursos de ese “cine de espías”, con una fotografía y un uso de
la imagen de archivo que pone nombres y apellidos a las víctimas de ETA durante
aquellos años del terror. Este es pues un thriller de espías que retrata con insondable
garbo y perspicacia el desarme de los zulos del sur de Francia que los
infiltrados de la policía causaron a lo largo de la década de los 90.
Bien cabría en estas pocas líneas, destacar el trabajo de
la actriz española Susana Abaitua, ofreciendo al espectador el personaje de un “topo”
y la certeza de una verdad y conciencia para permanecer sentado sin decir
palabra alguna sobre su butaca. Somos lo que
recordamos, pero además y de manera notoria, lo que olvidamos. Cuando esta maniobra
es estimulada, nutre una identidad disfrazada pues: “[…] quien es capaz de
traer a la memoria lo que otros no recuerdan es tan solo un fantasma; del
pasado solo se rememora lo que de él queda vivo en la conciencia del grupo” (Benjamin,1989).
“Un fantasma en la batalla” es una obra abierta y claramente
política, establiendo en una donada voluntad por mostrar a una audiencia no solo
un conjunto de tesis sobre lo observado en una España y una época. Por otra
parte cabría el panegírico de un filme que acopia el testigo de los maestros
del “film noir” (Ray, Lang, Siodmack o Preminger) para edificar un thriller que
incorpora encanto y reflexión crítica. En verdad, este influjo de los clásicos
del “cine negro” no solamente se halla en la eventualidad última que alienta
todo el conjunto, sino también, de una manera más concreta, en el uso de una
serie de recursos (la música, entre otros) como andamio de los sucesivos acontecimientos
a través de los cuales avanza la trama.
