Esta
reciente película ganadora este año en el festival de cine de terror de Sitges,
es una nueva versión si se quiere de la “Cinecienta”. Tema que ha sido llevado
ampliamente a celuloide. Su directora Emilie Blichfeldt dinamita la noción y
percepción que tenemos de la fábula, para trasladar nuestra mirada hacia Elvira
(Lea Myren), una de sus hermanastras, ofuscada por conquistar el amor del
príncipe Julián aunque eso presuma transfigurar su cuerpo por completo para acomodarse
a la complacencia del momento. Elvira aguanta cirugías bruscas, bacterias
monstruosas e instrucciones cosméticas inspiradas en los años 1900. La mixtura
de horror físico y humor mordaz asegura al habitante de la sala de cine que sus
luchas sean tan burlescas como alarmantes.
Así
que sobre una invitación de “terror corporal” (y aproximación a lo Cronenberg) que
busca mostrar las hipocresías que subyacen en la historia echando mano de un
humor negro extremado e instantes realmente desagradables, de esos que te exigen
a retirar la mirada o no perder de vista de forma discontinua mientras te
cubres el rostro.
La
película de Blichfeldt jamás se pone excitable por afirmarse en su inadmisible
contexto. La diferencia entre el caricaturesco “viaje de Elvira” y el irritante
e impasible ascenso de Cenicienta acrecienta una arista cáustica al comentario
feminista de la película. Mientras que Elvira se consume en su búsqueda de
cambio, la película mezcla momentos de humor incómodo y agudo con algunas
escenas sorprendentes. La comedia física que resulta de sus desgracias es
ingeniosa de modo sarcástico, y la crítica sobrentendida a los patrones de
belleza, que son cruelmente penetrantes, le da a la cinta una profundidad y
unas resultados que la mantienen con los pies en la tierra.
