miércoles, 14 de agosto de 2024

Widow Clicquot

 

Cada vez es más usual en el cine actual que las narrativas de ficción no sigan un desarrollo fiel y escrupuloso, algo a lo que vivimos acostumbrados cuando nos relatan cualquier historia (pues no es algo característico del cine), con un principio y un final fijos, además, un juicio dramático con su oportuno conflicto, y unos interlocutores con sus exaltaciones, inclusive un género preciso que apriete el tono del relato o un montaje que vaya descubriendo la pesquisa y solucionando los inconvenientes de carácter progresivo.

Al principio, esta película norteamericana parece una historia de amor suave y adherente, como se revela en la Barbe-Nicole (Haley Bennett). No obstante, el valor de ella es el de seguir adelante con la visión de su difunto esposo François (Tom Sturridge). Visto así el asunto la historia entre el presente (no vender su viñedo) y su pasado (flash backs con su joven esposo) nos permite visionar el pensamiento de la mujer y su viñedo.

Con un ritmo lento entre el presente y el pasado de una bella mujer, Widow Clicquot, que tiene sus raíces en la historia del todavía famoso champán Veuve Clicquot, resulta ser el elemento que guía a una historia donde a simple vista no parece pasar nada, pero la familiar etiqueta amarilla se reconcilia en un emblema de amor perpetuo, y de garra femenina e inclusive de progreso tecnológico vanguardista (aunque mucho menos primordial 200 años después).

En una estética de la época, la película que hoy nos ocupa, y nuevo drama de Thomas Napper, a la postre cuenta la valiosa leyenda del principio de Veuve Clicquot, que brotó de la desolación financiera para convertirse en una de las empresas de champán más grandes del planeta y gracias al talento y la destreza productiva de Barbe-Nicole Clicquot, quien heredó el viñedo en el ocaso de su difunto cónyuge.

De manera que tal iniciativa resulta, para nada incauta, sobre todo teniendo en cuenta que juzga confesar más a la voluntad de alguien que pretende recalcar su carácter autónomo, asignándole un acabado visual muy de la época —completamente alejado de las modas—,  y que es una necesidad artística real.