Dirigida por Santiago Lozano Álvarez (natural del
corregimiento El Cabuyal —Candelaria, Valle del Cauca—), valdría la pena
escribir primero que Jesús María Mina caracteriza a José De los Santos. Un actor de experiencia amplia en el teatro,
series y novelas. “Yo vi tres luces negras” tuvo su estreno en el festival de
cine de Berlín, es exhibida en el reciente festival de cine de Cartagena de
Indias.
Respecto a la película en sí, José de los Santos (tiene
70 años) es un sujeto que ha ofrecido su vida a los rituales luctuosos de sus
ancestros en el Pacífico colombiano. Y tomando
como punto de partida “su oficio” es el fiel acompañante para despedir a aquellos
que se van al “otro lado”. Lugar en el que se halla su hijo (brutalmente
asesinado), pero José recibe la visita del fantasma corpóreo de su hijo,
Pium Pium (Julián Ramírez ) y para no estropear con spoilers mi análisis,
algunas reflexiones del discurso fílmico de este buen filme colombiano.
Lo primero sería señalar que no se puede ocultar que el
filme toca uno de los panoramas contemporáneos de conflicto guerrillero y paramilitar
más complejos del mundo. Y en ese orden de ideas,
estos enfrentamientos traspasan
a los pueblos en la Colombia campesina, donde la sombría historia (colonialismo
y esclavitud) ha llevado a las comunidades afrocolombianas a llevar un paso de
pronto cansino, pero siempre enfrentando de alguna manera esa problemática.
Y es que la aldea protagonista de la película está desborda
de moradores cuyos hijos e hijas fueron ultimados —como Pium Pium o
desaparecidos por tropas paramilitares que maniobran en las selvas de nuestra
Colombia —. Los arrojos de búsqueda de oro y eventualmente ilegales, revelan cuerpos
enterrados durante mucho tiempo y restos de violencia que son anulados por el
silencio de los civiles.
En su segundo largometraje “Vi tres luces negras”, el
director Santiago Lozano Álvarez retoma pues este contexto preciso y una pluralidad
de ideas para explorar “ese cruce de las luchas” afrocolombianas en la Colombia
rural. Con un constructo [un instrumento esgrimido para abrir
la puerta a la intuición del comportamiento humano] de la obra, que podría transcribirse
de maneras muy disímiles. Y tal
vez, algunas escenas observadas sirven como reflejo de la fragilidad del momento
y el carácter efímero de la vida, pero también el de organizar un acto de
resistencia contra el tiempo y la muerte.
Esta idea, de repente lacónica, accede que destaque
más fuertemente en su estilo visual (el director de fotografía Juan Velásquez),
auxiliando una calidez emotiva a cada escena, a pesar de que la película tiene
una escala de color en las que hay una templada preeminencia del color verde
aceitunado, y las llamamos “frías” (contienen gran cantidad de onda corta) generado
por el ambiente de selva en el que se suceden los hechos.
Una vez más en este tipo de cine reciente
colombiano, los valores sonoros y musicales intradiegéticos (la música vocal de
Nidia Góngora, la marimba y el golpe de la lluvia y el canto de los animales de
la selva) recrea la brillante jungla que rodea a José. Y es que atentos al
sonido de las aristas de las imágenes, a tramas y sonidos, extrañezas y experiencias,
mediante de una atmósfera tan compleja, tan inquieta, que resulta precipitado someterla
a adjetivos. Lo más útil —en todo caso—, sería hablar de este documental como
una acción de recapitulación y proximidad.