Sin que resulte exageración alguna, el director de “Dune:
Parte dos”, Denis Villeneuve agiganta de forma grandiosa y poética el texto de Frank
Herbert. Pero hay dos asuntos que ayudan de forma superlativa a está épica de
Villeneuve, por un lado la fotografía de Greig Fraser frente a una paleta de colores ocre, y
tan realista en su obscuridad. Por otro lado, la música de Hans Zimmer de alta
estructura emocional e igual al diseño de sonido. Sin lugar a dudas, un filme
con un portentoso sentimiento de inseparables posibilidades como constructor de
escenarios, como hacedor de fantasías. Al este respecto, una única reflexión:
La película como espectáculo cinematográfico brinda
otra abstracción sin exageración alguna. A modo del dispositivo “condensador de
flujo” que nos hace viajar por el tiempo (la película “Back to the Future”),
brinda a los habitantes de las salas de cine ese territorio perfecto e
identificable a la trama. En “The language of new media” (2001), Lev Manovich obliga
acerca de los nuevos medios, cinco nociones básicas conocidas como los
principios de Manovich.
De ellos escribiré sobre la Variabilidad. Los nuevos
medios digitales no poseen una existencia concreta, sino que se pueden
reproducir en infinitas versiones (gracias a la codificación numérica y a la
modularidad). Frecuentemente, “[…] se usa también el término mutable o líquido
para referirse a una existencia que no está vinculada a una representación
concreta del objeto, sino que permite múltiples recreaciones simultáneas y en
medios completamente diferentes” (Ferran Adell).
Regresando al filme de Villeneuve (digno heredero de Méliès),
en el planeta Arrakis —y en nuestro firmamento, donde no parece que exista nadie libre
de egocentrismo— y cada uno de los senderos de la adoración mesiánica que alienta
a sus vecindades; la cámara va en todas las direcciones, sin detenerse
en puntos lejanos o cercanos con toda convicción. Una gramática de la puesta en
escena pues magistral; ya que a través de una arquitectura brutalista (masa y materialidad son dos
señas de identidad de este tipo de edificaciones), y dialéctica visual —planos-contraplanos
y angulaciones— donde todo ese mundo de profecías, oscuridad, venerables mamás,
y nuestro mesías Atrides, está vislumbrado a través de una frase con la que
comienza el filme: “Quien controla la especia, lo controla todo”.
Y desde nuestros personajes como Jessica (Rebecca
Ferguson), el emperador (Christopher Walken), la princesa Irulan (Florence
Pough), Rabban (Dave Bautista), el barón Harkonnen (Stellan Skargard) y
Feyd-Rautha (Austin Butler); revalidan al mesías Paul Atreides (Timothée
Chalamet), que junto con Chani (Zendaya) se reafirmen como la pareja que guía a
todos en la línea de fuego y esos monumentales Shai-Huluds (gusanos) mostrados
como ruidosos kaijus a trote por esa inmensa arena inestable del desierto,
inconscientes de su deidad y poderío.
El filme a la postre posee ciertos mitemas (una unidad
invariable que siempre aflora intercambiado y re ensamblado —«atado» según de
Lévi-Strauss— con otros mitemas para una dimensión política con analogías al
mundo que vivimos (maniobras de poder), y sobre todo en ese tercio central del
argumento, más referido y rodado en su seno —se
disipan complots, intrigas palaciegas, venganzas reales—, a todo ese mundo de
oscuridad, profecías, venerables madres, y nasciturus («[el que] va a nacer»] que tomará
el cetro. Al gran maestro Villeneuve como interjección para expresar admiración: el vocablo francés
¡chapeau! (“chapó”).