El 13 de noviembre de 2015 es una fecha conocida con enorme
dolor por los habitantes de París —y del mundo entero—, debido a los múltiples
atentados islamistas pasados, de forma paralela, en diferentes puntos de la
capital francesa. Así que la directora francesa Alice Winocour en “Memorias de
París”, desde un matiz visual (y vehemente) diferente, ambiciona reflejar las heridas [todavía recientes], de
esos actos de terrorismo y horror en Europa. La protagonista de esta historia
es Mía (Virginie Efira) que advertirá cómo su cosmos de seguridad se desmorona
por completo después de salir incólume [físicamente] de uno de las agresiones
en una brasserie.
A partir de ese momento, el largometraje [estrenado en
la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes], toma su vertiente y la
identidad anterior de Mía fracturada,
nos sumerge en un asunto de indagación interior en el que la redención mental
de los hechos, alcanzará un valor fundamental, así como la necesidad de conllevar
el dolor con las restantes víctimas del vil atentado. En otros términos se podría escribir que Winocour indaga
los límites de la memoria particular y colectiva, combinando el thriller
detectivesco, el terror psicológico y el drama.
Lo que en manos de un(a) malo(a) director(a) hubiera conseguido
confluir en un melodrama a grandes pinceladas es, en manos de la directora
francesa un esforzado ejercicio de gramática cinematográfica. Salpicada de unos
parlamentos transparentes y bien escritos, rápidos en ocasiones, y finamente lenta
en otros. La película esgrime el tiempo como era de esperar en alguien que sabe
determinar con tanta precisión el movimiento de su vida. Se abre y se despoja
como una flor de ofrendas rotas, y de pronto, renace en un plano a través de un
espejo [la vida misma].