Empiezo por lo que a veces termino: ¡No dejen de ver
esta (en apariencia) extraña película! Una serie de escenas que son parte del
menú para donde la enseñanza es “cocinar con amor y no con obsesión como dice
casi al final una de las comensales”. El director de ‘El menú’ Mark Mylod
cuenta una historia que ocurre casi todo en el interior de un restaurante
aislado, y en una isla, y tan distintivo que solo admite unos cuantos convidados
con “nombre y apellido”. La película comienza cuando se dirigen allí los
invitados, y la cámara se centra en una pareja joven caracterizada por Nicholas
Hoult y Anya Taylor-Joy [recordada como la ajedrecista en ‘Gambito de dama’], y
quien dejará ante su actitud en la trama su mensaje final.
Antes de empezar con el análisis, una breve
introducción al género y no al thriller como tal, aunque en esta ocasión “El menú”
sí lo es. López Sangüesa (2017) afirma:
La existencia del cine de género no
cabe considerarse como una cualidad intrínseca de cada film desde su
planteamiento –como surgido de un molde estandarizado, sino como una
consecuencia derivada de los objetivos estéticos, dramáticos y/o filosóficos
marcados por sus autores. Asimismo, el cine de género no sólo pretende
“describir” un fenómeno concreto, “narrar” una historia concreta, sino que se
dirige a un público preciso, cultural e históricamente hablando, con un
propósito identificable y muy claro (p.48).
Este entretenido thriller de cocina, donde no se si la
buena comida [o la denominada chatarra] es una requerimiento histórico que fluye
casi que siempre por la superficie, y plantea desapegos sobre las formas
clásicas del menú en las comidas sin voluntad de encubrirlas. Ante unas escenas
y estancias forradas con pomposos criterios de la buena cocina, y cuyo fulgor
casi duele a la vista, la palidez del chef jefe (un espléndido Ralpf Fiennes) no hace pensar desde el primer
momento que estamos frente a un asesino.
En otra rugosidad más de las “torturas” de la imagen
observada, nadie (y principalmente al públicos que le agrada la apariencia de
“saborear” el roll de ser buenos y expertos comensales), al final tendrán dificultad
[pienso yo de forma no tan dramática] en recordar que la buena cocina es una no
figura considerablemente delgada, y no corresponde a la talla apropiada para
clases sociales, sino para aquellos convidados que les gusta lo hecho con el
mejor de los ingredientes: el amor.
Será el trabajo sobre el rostro del chef (pura
orfebrería interpretativa) quien acabe de delinear qué es lo que por su
interior se cuece. Incrédulos, todos los habitantes de la sala de cine pestañeamos
atropellados, con los labios encogidos, y cuando al final vemos que la
inteligente chica [pensando que ante su fatal destino, era pedir como último
deseo una hamburguesa] se nos ruboriza y tensiona nuestras mejillas [no tan
rosadas por supuesto], pero sí con los ojos muy abiertos [¿o ganas de comer?].
Al final, “alimento” que es una película sobre la (in)
madurez y la condición en la que pretendemos armonizarlo. Para ello, no es
necesario haber crecido y mirar atrás. Y sobre una imagen [la de nosotros
mismos], una columna vertebral cuya figura apesadumbrada para muchos; no deja
de preguntarnos sobre nuestro esfera en el mundo y sobre cómo hemos llegado
hasta aquí. Para la película hoy analizada; la historia, los vivos, y los
muertos; establecen un collage dramático que su director si bien no compone con
total maestría. Es la misma con la que, una y otra vez, confabula sus fantasmas
interiores para emprender a vivir otra vez [es una metáfora, por cierto].
Referencias
López Sangüesa, J.L. (2017). El thriller
español (1969-1983) [tesis doctoral]. Universidad de Complutense de Madrid.
Madrid (España).