Si
bien Samaritan no es una película original en el sentido de cargarse de tanto cliché,
bien pronto, a través de la metáfora del duelo entre Némesis y Samaritan [tenían
los mismos poderes, capacidades e insistían en sus respectivos ideales], no es
otra cosa que una película que nos hablará de la lucha entre el bien y el mal.
Para ello, nos metemos en la relación entre un niño y Samaritan (Silverster
Stallone).
En
el primer tercio de la cinta, el director logra plantear grandes interpelaciones acerca de la responsabilidad
de los poderosos [a nivel de metáfora, claro]. Stallone como Némesis, aparece
entonces como el héroe, mejor digamos superhéroe, que debe enfrentar on arrojo
a un mundo putrefacto, aburrido y lóbrego [y que observamos a través de las
noticas de la televisión]. En este contexto, la película es una recreación de
una realidad desvergonzada y taciturna, en la que el desaliento irrumpe el
futuro.
Si bien estamos ante un filme entretenido, lo primero que
hay que abordar, al margen de esa relación niño (Sam) y Joe, es esa correspondencia
y analogía entre personaje-héroe-superhéroe. La existencia de un personaje como el que caracteriza
Stallone (Joe), al que puede denominarse héroe, es la discusión que nos lleva
al asunto de esta película [insisto para nada fastidiosa] y con dos elementos fundamentales que forman parte
de esta casuística: el bien ( para nada dioses) y el mal ( a lo mejor demonios),
La película clásica de Hollywood presenta individuos
psicológicamente definidos que luchan por resolver un problema claramente
indicado o para conseguir sus objetivos específicos. La historia termina con una
victoria decisiva o una derrota, la resolución de un problema o la consecución
o no consecución clara de los objetivos (Bordwell, 1987, p. 156).
Además, Bordwell sostiene sin discusión alguna que “[…] la narración clásica tiende a ser omnisciente, altamente comunicativa, y solo moderadamente autoconsciente” (p.164). Un ejemplo que aporta el autor para apuntalar su afirmación, donde el principio y el cierre de los filmes [clásicos] tienen estas tres particularidades y que son más incuestionables. “Samaritan” lo deja bien claro cuando Sam (Javon Walton) emprende una indagación personal. Y es que el chico, obstinado en seres humanos de fortaleza superior, es el único que entiende que la historia aciaga de la ciudad no está sin ninguna duda a buen recaudo.