viernes, 24 de diciembre de 2021

West Side Story (de la mano de Spielberg)

 

Steven Spielberg tenía 10 años cuando se estrenó “West Side Story” en Broadway. Seis décadas después, el cineasta rinde homenaje con un remake lo sobradamente parecido a la cinta de Robert Wise y Jerome Robbins, si bien trasformada para aproximarla a los tiempos presentes Robbins [una prueba de ello es la incorporación de la versión “La borinqueña” (“nosotros queremos la libertad, nuestros machetes nos la darán”)], y a su propia experiencia.


En medio de dos bandas juveniles que rivalizan, de trifulcas sin futuro, unos “Romeo y Julieta” aparecen en escena para envolver las cosas. Ella es María (interpretada por la actriz de raíces colombianas Rachel Zegler), y él es Tony (Ansel Elgort). Al escribir sobre esta obra maestra y ver la presencia también de la actriz Rita Moreno (trabajó en la primera cinta), hoy con 90 años; hay que evocar que precisamente ganó el Oscar en 1961 en su roll de Anita y se convirtió en la primera actriz latinoamericana en alzarse con un premio de la Academia de Hollywood.

“West side story” es una película que relata con mucha consciencia y psicología los asuntos de la juventud que vive en los barrios marginales, y, sin hipocresía, evita algunos temas [con base en la idea original] ataviados de modernidad. En hipótesis está todo dicho, y lo que ajustaría ser un relato dividido sobre el arrojo de los Jets, irlandeses de segunda generación, y los Sharks, inmigrantes puertorriqueños que llegaron más tarde pero que progresaron en la zona; no obstante, entre otras cosas, debemos observar un retrato sobre la independencia y autoestima de algunos personajes [danzando frente a una cámara majestuosa y mágica, mientras nos deleitamos con la iluminación de Janusz Kaminski].

Sin llegar a un análisis de los rituales y exorcismo de un pequeño sector marginal, donde el único y popular interés (en apariencia) es luchar contra la heredad; el filme cargado de una coreografía y danza exultante, me recuerda  — ¡cómo no!— una vez más y con gusto, la secuencia de  la canción “América” [obsérvela y comparta su intuición]. Es la escena que sujeta parte del corazón de la película, que pide al habitante de la sala de cine, que no se disipe en la imagen, que inhale la atmósfera de esas calles aparentemente silenciosas, rotas a veces fortuitamente por los gritos de libertad.

Pero el filme también nos habla de una historia de amor ampliamente conocida por cualquier espectador y cinéfilo. Los amores imposibles se convierten en el insuperable diáfano eje de un discurso nada misterioso como sorprendente de escrutar. La joven María [permítame la licencia] no decide dejar de amar a su Tony y, estaría por creer, como cualquier romántico empedernido, que mantendrá aún después y a pesar de todo,  conversaciones con él, gracias a ese espectro que, tan pronto adopta la forma de celuloide siempre que estemos en una sala de cine, inagotablemente estamos dispuestos a repetir. Gracias Spielberg por dejarnos tu sensibilidad y maestría como un cineasta que lo ha dejado todo en el rodaje.

Gonzalo Restrepo Sánchez

www.elcinesinirmaslejos.com.co