Tras la monumental película “El reverendo” (2017), El
cineasta Paul Schrader nos presenta su reciente filme “El contador de cartas”,
una crónica personal, donde William Tell (Oscar Isaac), un hombre de visible
frialdad, se dedica [profesionalmente] al póker, diligencia que lo mantiene en
apariencia lejos de su pasado y una coartada para su futuro. Un poco el
personaje Tell, nos remite a su guion “Taxi driver” (1976) y la rutinaria
existencia de un excombatiente de Vietnam encerrado en un taxi [Travis Bickle
(Robert De Niro)].
Es Tell ¿un muerto en vida? No tanto, pero sí una
extraña liturgia, donde un cineasta calvinista como Schrader contrasta el azar
de los naipes con una vida cargada de senderos que fueron espinosos de
transitar, si bien Tell parece tener otro sentimiento como el de indiferencia a
ello. De todas formas, el peso de esta maquinación en la mente del espectador,
acaba descubriendo la psique de un personaje, llevándonos [junto al transcurrir
de la película] hasta la inevitable resolución del interlocutor. “El camino
metodológico para rescatar de este reductivismo pasa por comenzar a percibir
que lo personal es inseparable de lo arquetípico y que el camino holístico pasa
por la liberación de las polaridades reductivo/prospectivo, personal/
arquetípico, asociación libre/ amplificación” (Byington, 1990)
Por lo demás, el cineasta estructura su película sin
la arbitrariedad de una sucesión de escenas al estilo del flash back para
solucionar tanto misterio. Ajustadamente, si algo se le puede reprochar a la
trama, es que corre el riesgo de resultar demasiado bien hilada, para mostrar
una vez más al espectador, un protagonista con sus “propias coartadas” y, con
ello, pretender estar pidiendo algo el perdón de uno mismo. Una realidad en el
fondo, no tan demasiado lejana [si nos atenemos al final del filme].
Respecto del “perdón” en tanto como una dimensión
simbólica estructurante a la consciencia, es necesario reconocer aquella
vivencia [en la cinta las escenas de las tortura de los prisioneros en Abu
Ghraib, uno de tantos incidentes de ignominia en el pasado reciente de los
Estados Unidos], nada borrosa, muy visual y emocional que crea rutina, pero que
no siempre será atractiva; ya que contiene el dolor, el reparo, la ira y la
agresión.
Este personaje de Tell [y quienes le rodean], tiene un
tiempo subjetivo que accede ir construyendo conciencia en la relación yo-otro,
aunque por eso, no pide comprensión y misericordia, además sin la imposición
ética de los cánones determinados por una sociedad dada. “El ser humano se
desarrolla formando consciencia y sombra, y depende de la cultura, del
conocimiento y de la función ética para rescatar su parte de sombra y ampliar
su consciencia” (Byington, 2005, p. 10).
Sinceramente creo que el quid de la cuestión en la
película, muy bien se haya en la frase que cito de Byington. Todo ser humano
“vivencia un proceso de desarrollo centrado en la elaboración simbólica normal
y patológica” de sus experiencias, e imagina una psicopatología simbólica como
diferenciación de un desarrollo simbólico normal su propia conciencia [y
colectiva].
Referencias
Byington, C. Polaridades, redutivismo e posições
arquetípicas. Junguiana, Sao Paulo, n. 8, p. 7-42, 1990.
Byington, C.
Envidia creativa. Sao Paulo, SP: Linear B, 2005.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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