“El poder del perro” (2021) y dadas las condiciones psicológicas de sus interlocutores, es para observar con atención fotograma a fotograma y hasta el último segundo de la proyección. La cineasta Jane Campion (“La lección del piano”, 1993) escribe y dirige su cinta basada en el libro homónimo de escritor —poco conocido en nuestro medio— Thomas Savage [texto publicado en 1967 y desde entonces han sido cinco los intentos de llevarlo al cine].
Lo
primero que tendría que escribir sin cometer spoiler [aquel texto que descubre
o adelanta información que se ignora sobre la trama, arruinando el suspenso o
la sorpresa final], es que la historia arranca en Montana (1925) y, en clave de
un western agudo y hasta intenso si se quiere, nos relata sobre las relaciones
que no pueden expresarse como tal, ocupándose, y con base en ello, sobre la
identidad del ser humano. Ramírez (2017) afirma:
Es
una construcción que supone alienación y creación al mismo tiempo; necesarios
para darle certeza al yo de lo que no es y, a su vez, inventar y creer lo que
es, esforzándose por un pacto de reconocimiento con el mundo. Es resultado de
una síntesis de imágenes, convocatorias, soluciones de compromiso,
negociaciones psíquicas que a partir de un esfuerzo de sentido: nomina, clasifica,
distingue, reconoce, interpreta, interpela, crea sentido a las cosas del mundo
brindándole al yo un lugar para sí (p.196).
Si
bien la película arranca con la voz en off del joven Peter Gordon (Kodi
Smit-McPhee), alegando para sí mismo sobre qué clase de hombre sería sino
salvase a su madre. Sin lugar a dudas, debemos esperar un final sorprendente y
cargado a lo mejor de los abismos más oscuros de la psique
humana; si intentamos descubrir, asimismo, qué quiere decir la lectura del
chico en la Biblia, donde se observa en un primer plano el Salmo 22:20: “Libra
de la espada mi alma. Mi vida, del poder del perro”.
De
todas formas, en lo estrictamente cinematográfico, la película [una seria
candidata a los premios “Globo de Oro” y a los “Oscars” a mejor filme] tiene
muchos elementos a su favor. Una de ellas, es la elección del genio Jonny
Greenwood —un reconocido músico multinstrumentalista y compositor inglés,
famoso por ser integrante de la banda de rock Radiohead, además de músico y
compositor de música clásica contemporánea y experimental—. Su música de cámara
para el filme, transforma las imágenes sencillas del paisaje y la puesta en
escena en un tono inflexible e inquietante. Una verdadera clase magistral de la
música extradiegética.
Sobre
la puesta en escena: taciturna [cargada de travellings] y algo ambigua por
momentos. Por instantes, nuestras miradas como habitantes de salas de cine
quedan fijas ante esa onda expansiva de emociones que trasmiten los interlocutores
en “territorios [al fin y al cabo] expugnables”. Es ese espacio social (el hombre),
y con la claridad de particulares momentos dialogados, parece nunca afanar la frágil
tensión entre un retrato vital o constructo psicológico [herramienta utilizada
para facilitar la comprensión del comportamiento humano] filmado.
El
guion sobre los personajes y el sujeto [un Phil como paradigma y que pareciese
ser el hilo conductor de alguna confabulación] que construye sus sentidos, y
que se interroga por su vida, su muerte; llena sus vacíos con objeciones viables
allegadas de su mundo, de su hábito afectivo [la mirada de sus ojos azules de
Phil, parecen indicarlo] y no de la mirada de los otros. Por esta razón, en la
parte ideológica de la cinta y el discurrir de la vida entre los hermanos Phil
(Cumberbatch) y George Burbank (Plemons); Rose (Kirsten Dunst, en un papel para
“Oscar”) esposa de “Jorgi” y el joven Peter (Smit-McPhee); no hay trasgresión
en sus respectivas relaciones morales y personales.
Esto
de por sí plantea —en aquella sociedad del siglo pasado en Montana y hasta en
la actual, sin lugar a dudas— que las acciones poiéticas [Platón las define
como «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser»]
no están incluidas al bien moral, ya que de ser así, el mal estaría marginado
de las creaciones imaginarias y si, algo nos demuestra nuestra sociedad es que
la creación imaginaria se esfuerza en todos sentidos, hasta en la misma concepción
de “rendijas” para el desenfreno y otros asuntos. Claro está, situación no
diseñada en la ideología de “El poder del perro”, una película sin lagunas
narrativas que en esencia y a fin de cuentas remite a Derrida (2009):
[La
vida] es un prejuicio, una sentencia, un fallo precipitado, una anticipación
arriesgada; podrá verificarse únicamente en el momento en que el portador del
nombre, aquel a quien llamamos por prejuicio “un viviente”, esté muerto (p.37).
Derrida, J.
(2009), Otobiografías. La enseñanza de
Nietzsche y la política de nombre propio, Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Ramírez, B.
(enero-abril 2017), La identidad como construcción de sentido. Andamios. Revista de Investigación Social.
Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/628/62849641009.pdf
Gonzalo Restrepo Sánchez
www.elcinesinirmaslejos.com.co