sábado, 18 de diciembre de 2021

Crítica: “El poder del perro”: o lecturas de un subtexto sobre la identidad

 “El poder del perro” (2021) y dadas las condiciones psicológicas de sus interlocutores, es para observar con atención fotograma a fotograma y hasta el último segundo de la proyección. La cineasta Jane Campion (“La lección del piano”, 1993) escribe y dirige su cinta basada en el libro homónimo de escritor —poco conocido en nuestro medio— Thomas Savage [texto publicado en 1967 y desde entonces han sido cinco los intentos de llevarlo al cine].



Lo primero que tendría que escribir sin cometer spoiler [aquel texto que descubre o adelanta información que se ignora sobre la trama, arruinando el suspenso o la sorpresa final], es que la historia arranca en Montana (1925) y, en clave de un western agudo y hasta intenso si se quiere, nos relata sobre las relaciones que no pueden expresarse como tal, ocupándose, y con base en ello, sobre la identidad del ser humano. Ramírez (2017) afirma:

Es una construcción que supone alienación y creación al mismo tiempo; necesarios para darle certeza al yo de lo que no es y, a su vez, inventar y creer lo que es, esforzándose por un pacto de reconocimiento con el mundo. Es resultado de una síntesis de imágenes, convocatorias, soluciones de compromiso, negociaciones psíquicas que a partir de un esfuerzo de sentido: nomina, clasifica, distingue, reconoce, interpreta, interpela, crea sentido a las cosas del mundo brindándole al yo un lugar para sí (p.196).

Si bien la película arranca con la voz en off del joven Peter Gordon (Kodi Smit-McPhee), alegando para sí mismo sobre qué clase de hombre sería sino salvase a su madre. Sin lugar a dudas, debemos esperar un final sorprendente y cargado a lo mejor de los abismos más oscuros de la psique humana; si intentamos descubrir, asimismo, qué quiere decir la lectura del chico en la Biblia, donde se observa en un primer plano el Salmo 22:20: “Libra de la espada mi alma. Mi vida, del poder del perro”.

De todas formas, en lo estrictamente cinematográfico, la película [una seria candidata a los premios “Globo de Oro” y a los “Oscars” a mejor filme] tiene muchos elementos a su favor. Una de ellas, es la elección del genio Jonny Greenwood —un reconocido músico multinstrumentalista y compositor inglés, famoso por ser integrante de la banda de rock Radiohead, además de músico y compositor de música clásica contemporánea y experimental—. Su música de cámara para el filme, transforma las imágenes sencillas del paisaje y la puesta en escena en un tono inflexible e inquietante. Una verdadera clase magistral de la música extradiegética.

Sobre la puesta en escena: taciturna [cargada de travellings] y algo ambigua por momentos. Por instantes, nuestras miradas como habitantes de salas de cine quedan fijas ante esa onda expansiva de emociones que trasmiten los interlocutores en “territorios [al fin y al cabo] expugnables”. Es ese espacio social (el hombre), y con la claridad de particulares momentos dialogados, parece nunca afanar la frágil tensión entre un retrato vital o constructo psicológico [herramienta utilizada para facilitar la comprensión del comportamiento humano] filmado.

El guion sobre los personajes y el sujeto [un Phil como paradigma y que pareciese ser el hilo conductor de alguna confabulación] que construye sus sentidos, y que se interroga por su vida, su muerte; llena sus vacíos con objeciones viables allegadas de su mundo, de su hábito afectivo [la mirada de sus ojos azules de Phil, parecen indicarlo] y no de la mirada de los otros. Por esta razón, en la parte ideológica de la cinta y el discurrir de la vida entre los hermanos Phil (Cumberbatch) y George Burbank (Plemons); Rose (Kirsten Dunst, en un papel para “Oscar”) esposa de “Jorgi” y el joven Peter (Smit-McPhee); no hay trasgresión en sus respectivas relaciones morales y personales.

Esto de por sí plantea —en aquella sociedad del siglo pasado en Montana y hasta en la actual, sin lugar a dudas— que las acciones poiéticas [Platón las define como «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser»] no están incluidas al bien moral, ya que de ser así, el mal estaría marginado de las creaciones imaginarias y si, algo nos demuestra nuestra sociedad es que la creación imaginaria se esfuerza en todos sentidos, hasta en la misma concepción de “rendijas” para el desenfreno y otros asuntos. Claro está, situación no diseñada en la ideología de “El poder del perro”, una película sin lagunas narrativas que en esencia y a fin de cuentas remite a Derrida (2009):

[La vida] es un prejuicio, una sentencia, un fallo precipitado, una anticipación arriesgada; podrá verificarse únicamente en el momento en que el portador del nombre, aquel a quien llamamos por prejuicio “un viviente”, esté muerto (p.37).

 

Derrida, J. (2009), Otobiografías. La enseñanza de Nietzsche y la política de nombre propio, Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Ramírez, B. (enero-abril 2017), La identidad como construcción de sentido. Andamios. Revista de Investigación Social. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/628/62849641009.pdf

Gonzalo Restrepo Sánchez

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