La nueva realización de Justine Triet (“La Bataille de
Solferino”) parte de un guion nada fácil. Cuando escuchamos del personaje principal:
“Mi vida es una ficción. Puedo reescribirla como pueda” o “Estoy en el corazón
de cada decisión”; cada uno de los personajes observados permite a la cineasta
y sin susurrar, una reflexión a la larga sobre las relaciones entre la vida y
la ficción.
Y es que esa relación entre una psiquiatra —que
escribe una novela— y su paciente —una
joven actriz—, nos lleva de la mano a la reflexión sobre la existencia y la invención.
De manera pues que todo este escenario entre los personajes del filme, esboza
ese límite entre realidad y ficción. Si la literatura (e igual en el cine) no
se somete al ensayo de verdad, se puede certificar que todo es ficcional,
eludiendo aquello de verdadero o falso.
A este respecto Tzvetan Todorovo escribe: “El arte es
una imitación, diferente según el material que se utiliza; la literatura es
imitación por el lenguaje, así como la pintura es imitación por la imagen.
Específicamente, no es cualquier imitación, porque no se imitan las cosas
reales sino las ficticias, que no necesitan haber existido” (Todorov, 1967: 354).
Cuando todos los espectadores observan parte de una
filmación en Strómboli, vino a mi mente el filme “Stromboli, terra di Dio”, de
Rossellini. No porque se parezcan. Es que algo —o mucho— hay de cierto cuando
en una introspección debemos no estar muy lejos o muy cerca de nuestras
intenciones en la vida.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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