Aceptando
que la narración de esta cinta es muy propia de la serie B, Roland Emmerich
logra un buen trabajo cinematográfico, aunque se sale de la sala de cine con la
sensación de que le faltó un poco más, y sin entrar a evocar otras películas
del género bélico de pronto un dramatismo fácil y exaltación evidente a los
logros de una batalla —y tiene que ser así, pues una película norteamericana
para norteamericanos.
Esta
historia real sobre la batalla naval que tuvo lugar entre las fuerzas estadounidenses
y japonesas —del 4 al 7 de junio de 1942—, cerca del atolón de Midway en el
océano Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, vemos como —inclinada la
balanza visualmente hablando— los pilotos de bombarderos estadounidenses, como
el Teniente Dick Best (Ed Skrein), el acercase intrépidamente a un portaaviones
japonés y dar el blanco era su último fin. Sin lugar a dudas estas son las
mejores escenas de la película.
Para
terminar este breve análisis, el filme dentro de su conjunto sucumbe pues
ante un dramatismo fácil. Es decir si bien el filme de Emmerich no se detiene
en la anécdota, entre líneas, el director no habla de temas trascendentales
para las nuevas generaciones; no hay desarraigo y una mirada al alma.
Gonzalo
Restrepo Sánchez
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