El cineasta Todd Phillips ha realizado con “Guasón”
una película que le valió “El León de Oro” en el reciente festival de cine de
Venecia. Y con esta antesala estamos seguros que, de cara a los “Oscars” le irá
muy bien —hay aspectos cinematográficos de la cinta de factura— y por varias
razones que intentaremos dilucidar en esta crítica.
El log line de esta cinta podría ser el de Arthur
Fleck (Joaquín Phoenix), un hombre ignorado —como a muchos otros— por toda una sociedad,
cuya razón de ser en su vida es el de hacer reír. Y es que el expresar el amor
o consideración hacia los demás, “no es un síntoma (de vicio o de virtud), es
actividad. Es una praxis (esto es, una actividad creadora) que funda y libera
posibilidades. No es el camino de la abstracción, sino el de la máxima
concreción […] invita a respuesta, a que tú respondas, en donde la respuesta no
es formal, sino efectiva a la manera de fórmula: la suficiencia del otro
—persona— interpela a asumir, proferir y alcanzar él te-amo” (Cf, Barthes, 2001,
239).
El
filósofo Arquitas plantea
asimismo otra figura con estas palabras: “del mismo modo que es difícil
encontrar un pez sin espinas, así es difícil encontrar un hombre que no tenga
en sí algún dolor clavado como una espina” (1). La espina diferencia tanto el
espinazo del pez como el martirio de un ser tan patético como Arthur Fleck (Joaquín Phoenix). Y esto es
lo que le ocurre a él, sobre todo cuando se necesita cariño y afecto —salvo
el otorgado por su colega y que de cara al mundo, es un payaso enano—. Pero al
margen de este observación, “Guasón” se desarrollara en la trinchera —el alma—
del personaje, donde intenta resguardarse de los demás —con sus máscaras, que
significa “persona”—, para luego en su soberanía “volver la atención” sobre sí
mismo, e intentar no repetir de manera alguna los mismo errores. Y lo remarcado
entre comillas, simplemente una forma simbólica de señalar su odio a la torpeza
humana.
Y es que todo esto ocurre cuando la aceptación
sociocultural no modula una sociedad en torno a la burla, no solo en la ciudad
Gótica sino en cualquiera de las que usted habita —hipócrita a la larga—.
Lo cierto es que, ese tercio
final de la película —manifiesto por la ausencia de sentimentalismo—, la franqueza
de los diálogos, la sobriedad de la puesta en escena —más allá de ciertas
licencias e imágenes simbólicas—, como cuando Arthur encerrado en un centro
psiquiátrico empieza a escabullirse más allá de su ceñido hábitat. Permitiendo
que la historia se desplace más allá a lo que podría llegar a ser Arthur: “sus
ojos pueden ver confusamente por dos tipos de perturbaciones: uno al
trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz” (Platón).
Punto aparte merece especial atención la música de la
película (un texto escrito por la joven chelista islandesa Hildur
Guðnadóttir. Una partitura acertadísima (para “Oscar”) en lo
temporal con filiación de lo
mucho que revela y del impacto emocional que presuma su espectro —lo cual se
expone por su intensidad a la historia—. En correlación al Guasón, como
personaje, la música no revela su interioridad —por eso no se “ilumina”—, pero
sí se imagina habitualmente como punto de encuentro a quien suele cuestionar su
entorno y al mismo tiempo enloquecer; proporcionando así una risa menos
absurda.
Maladies II. Edición francesa de Jacques Jouanna, Paris: CUF, 1983.
Traducción del autor.
Gonzalo Restrepo sánchez
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