Con
un año de atraso llega a nuestras carteleras “Kursk” (película titulada en
nuestro medio como “Alerta submarina”) y que está basada en un hecho real y cuenta
la tragedia del submarino nuclear ruso 2000 K-141 Kursk ocurrida en agosto del
año 2000, y la negligencia gubernamental que le siguió.
Vinterberg en «Kursk» |
Todos
estos temas sobre el submarino en su estructura cinematográfica son iguales en
lo que respecta al suspenso, los imprevistos y la atención del asunto desde que
comienza el filme. Pero, sin lugar a dudas, este es un filme del que es mejor
no leer nada sobre él, para disfrutarlo mucho mejor, ya que como todo tema de submarinos
en el fondo del mar, hay un callejón sin salida (en apariencia) del cual hay
que intentar salir.
Sin
el caminar de la tripulación sobre profundidad de campo alguno —con una fotografía
más bien de grandes angulares— en los interiores del submarino, el
cineasta se esfuerza y visualiza la locación como si de un laberinto de puertas
y muros se tratara —un lugar que no accede escapatoria alguna—, y menos cuando
el asunto está “color de hormigas”. Por lo demás, “ese silencio” suspendido en
ocasiones por el agua y ese atractivo
trabajo sobre la temporalización y el recorrido por los espacios de un
submarino, que, solo admite travellings vertiginosos y algún que otro movimientos
de cámara; son suficientes para entender lo que pasa.
Esta
es pues una cinta que, desde el principio hasta el final de su metraje, el espectador
no sale de su conmoción e incertidumbre, pues (hay que reconocerlo) el cineasta
belga Thomas Vinterberg —cofundador del movimiento cinematográfico Dogma 95—
potencia la tragedia en el interior del submarino y no es cómodo, teniendo en
cuenta además el melodrama de las familias de los marinos —el personaje de Léa
Seydoux, esposa de uno de los atrapados— y esa frialdad y orgullo característico
del “sistema” ruso.
Al
“jugar” el cineasta —en el mejor de los sentidos—, si la tripulación se salva o
no se salva, es la muestra evidente de que se puede registrar un tipo de buen
cine comercial, decente y competitivo, que además roce, con más destreza que
inteligencia todos los resortes pertinentes para aseverar su éxito y que marche
con la exactitud de —un reloj suizo— en las casi dos horas de proyección, que ni
siquiera se sienten. Por supuesto que más allá de una lectura o una mayor profundidad
dramática al asunto, sería una absoluta pérdida de tiempo.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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