Hace muchos años (siendo adolescente) llegaba a la
conclusión que no valía la pena pelear y llenarse de diatribas por asuntos
políticos, porque entre otras cosas, nada de lo que superficialmente observa el
ciudadano común y corriente es verdad. Todo es mito, y en este sentido, bien
vale la pena releer lo que escribió el gran historiador francés Paul Veyne en
su ensayo “¿Creían los griegos en sus mitos?” (Granica), cuando sentencia: “Los
hombres no encuentran la verdad, la construyen, como construyen su historia”.
Recientemente leía del español Manuel Trenzado Romero,
“El cine desde la perspectiva de la ciencia política” y sin lugar a dudas
aparte de una afirmación, se puede ultimar (ahora que estamos en elecciones
presidenciales en nuestro país) algo que señala y que tiene mucha verdad: “La
función más importante de las campañas electorales y de la información política
no es ofrecer las diferentes alternativas de los candidatos sino hacer presente
la política a las masas según las lógicas del drama y del espectáculo”.
Más adelante y remitiéndose a Nimmo y Combs, Trenzado certifica
que partiendo de la evidencia de que las imágenes mentales que la gente tiene
de la política rara vez son producto de la experiencia directa sino de la
mediación. La mayoría de las percepciones son filtradas y «fantaseadas» por una
serie de mediadores tanto grupales y personales (movimientos políticos,
religiosos, líderes de opinión, etc.) como mass-mediáticos (cine, radio,
televisión, discos, revistas, posters, etc.).
Con base en lo anterior, vale la pena traer dos filmes
a propósito del tema político. Por un lado, “Bob Roberts”. Si bien (y siguiendo
la lectura de Trenzado) “la tendencia mainstream de la Comunicación Política
—más allá de sus importantes diferencias internas— se caracteriza por estudiar
los usos estratégicos de la comunicación para influir en el conocimiento
público, las creencias y la acción en asuntos políticos, y por considerar la
campaña política como el ejemplo paradigmático de este campo”, la película
muestra a un cantante de música country que se presenta al senado de los Estados
Unidos. La película es un buen ejemplo de cómo un discurso emotivo, embaucador
y vacío, puede derrotar a otro más racional, pero cuyo candidato no tenga tan
buena imagen.
Mi padre —quien hizo política— me decía que todo en
estas lides políticas es el dinero. Y este concepto trae a colación uno de los
filmes que tengo en mi colección particular: “Caballero sin espada” (“Mr. Smith
goes to Washington”, 1939). Un gran ataque a los sumideros de la política.
Cuando el dinero todo lo compra, desde una prensa corrupta —y dueña de la
opinión pública— hasta los valores de los líderes políticos —que de verdaderos
líderes no tiene nada—, la política se convierte en una carrera en pos del
beneficio propio.
Y como bien señalaba un crítico: “Curiosa es la
comparación que se hace del protagonista Jefferson Smith (James Stewart) como
idealista y honrado, a un Don Quijote moderno, que embiste los molinos de
quienes manipulan las instituciones hasta desvirtuar sus objetivos originales”.
En definitiva un drama atemporal que permite ver la situación actual.
¡Qué nada! Para ver la realidad de los asuntos
políticos, bien vale la pena asomarse al cine, y ser testigo emocionalmente, de
lo que alguna vez sentenció nuestro presidente cartagenero Reyes: “Bendita seas
o democracia, aunque con ella me castigues”.
Gonzalo Restrepo Sánchez
www.elcinesinirmaslejos.com.co