Hace poco recibí un mensaje por internet donde
expresaba: “Aprende a sentarte en la misma mesa con Judas sin que te robe la
paz”. Al otro día, volví a leer la frase y mi mente recordó el libro de Amoz
Oz, “Judas” donde se partía de la premisa (de forma no tan enérgica) que
hubiera pasado si en realidad Judas no hubiese traicionado a Jesús.
Estas dos ideas nos llevan a pensar opiniones y
estrategias diferentes cuando nos asiste un judas (falso, hipócrita, traidor,
etc.) en una sociedad cargada de este tipo de personajes. Es difícil tener un
comportamiento cuando sabemos que estamos ante un ser de características bien
opuestas. Jesús siempre mantuvo su postura asertiva a pesar de conocer a un ser
hipócrita. De todas formas, considero que el cine ha ilustrado muy bien la
condición del ser humano y sobre todo a esa clase de personajes que como a
Judas, siempre merodean la falsedad. Veamos un par de ejemplos:
Uno sería La règle du jeu (La regla del juego, Jean
Renior, 1939). Alguna vez Robert Altman dijo: “Aprendí las reglas del juego de
'Las reglas del juego'", y es que su filme “Parque Gosford”, no está muy
lejos de su frase. Pero otro filme sería “Tartufo” de Murnau en 1925. En este
filme (basado en la obra homónima), el guion de Carl Mayer no era una adaptación rigurosa
de la comedia de Molière, sino que, al contrario, se tomó la libertad de excluir
unos cuantos protagonistas (como la madre y los hijos de Orgon) así como de
algunos matices argumentales para facilitar la historia atesorando básicamente
el tema y su esencia.
Tartufo
es el tipo de personaje para el cine que un actor agradece encarnar: un
interlocutor ruin y magnánimo, y que el actor puede caracterizarlo libremente —cayendo
en el elogio— puesto que es una comedia. En la cinta de Murnau, el actor alemán
Emil Jannings y sus apariciones (perennemente
pegado a sus libros religiosos) resultan inolvidables, así como las escenas
abiertamente humorísticas como el desayuno con Orgon, donde engulle un pedazo
de carne, o cuando charla con la esposa de Orgon y no puede evitar fijarse en
el escote y las piernas de ella.
De
todas formas, si bien a los actores les resulta fácil caracterizar a tanto
tartufo en la vida, la explicación podría hallarse en que a la larga, todos nosotros
—actores hipócritas— llevamos algo de Judas. Es bien válido analizar la vida y
observar como no hacemos algo bueno para luego sentirnos mal. “El hombre quiere
ser sincero, pero psicológicamente “camina por debajo” y no acepta algunas
cosas que oculta ante los demás y que reprime ante sí mismo. Para el
psicoanálisis, por usar un lenguaje de la psicología, represión es un mecanismo
primario de defensa comparable a una tentativa de fuga y precursor de la futura
solución normal por enjuiciamiento y condena del impulso repulsivo¨ (Freud,
1948 p.931).
La
psicología propone tres juanes: lo que realmente uno mismo es, lo que uno mismo
cree que es y lo que otros creen que uno es (Allport, 1986 p. 348). ¡Que nada! Como reafirma la teoría kantiana, el
hombre busca actuar moralmente pero en los vericuetos del alma y su intimidad,
aspira a quedar bien. “Desea ser aprobado, sinceramente aprobado, pero no por
ello deja su “recorrido por detrás” de la apariencia”, su hipocresía
fundamental (persona en griego significa “máscara”). No se trata aquí de
inmoralidad, egolatría o afán de notoriedad, sino de su necesidad elemental de
representar valores ante los demás. “la sinceridad absoluta es una utopía”
(López Ibor, 1969 p.53). ¡Qué hipócrita somos, no hay nada que hacer!
Gonzalo Restrepo sánchez
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