Los directores del éxito francés 'The Intouchables'
están de vuelta con una comedia. Una comedia que habla de muchas verdades.
Max, como el hombre responsable
de dirigir una fiesta de matrimonio, funciona como eje narrativo, dando pie a las
desiguales subtramas, que generan precisamente la idea del filme: todo en la
vida debe funcionar a la perfección y evitar un desastre total.
Pero es que la vida es la vida (al igual que la
preparación de un matrimonio) sin excentricidades y, se entremezclan por tanto
dos niveles sociológicos de ardua avenencia: el real y la banalidad. En otras
palabras, la vida (a miles de kilómetros de distancia y sin los filtros de las
redes y los medios de comunicación), difumina todas las provocaciones que
nosotros podemos imaginar, cuando queremos apurar precisamente la vida.
¡Qué nada! Qué no hay que preparar nada cuando del
estado de las cosas se refiere. La vida es de naturaleza episódica. Ahora bien,
sin apenas darnos cuenta, la vida se va introduciendo en esos diálogos en
apariencia anodinos. Y que sacan a brillar tanto cierto tipo de disputas que
sobrellevan a veces una conversación que en verdad no tiene relación alguna con
el grueso del destino: Una metáfora que más tarde cobrará mayor sentido.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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