Un día el padre James
Lavelle (Brendan Gleeson está admirable y demuestra su capacidad camaleónica a
la hora de interpretar diversos roles) está en el confesionario (como de
costumbre), esperando a que los feligreses se acerquen y se confiesen. De pronto, el padre escucha
una confesión muy extraña, llena de rencor y sátira sobre un evento muy oscuro
en el pasado de dicho parroquiano. Pero, antes de terminar la
"confesión", el feligrés (que no vemos) le dice un domingo será un
buen día para matar a un sacerdote.
De manera que esta
cinta irlandesa (un buen filme en los últimos tiempos de la cinematografía
irlandesa) tiene varias lecturas. La primera obedece a la mala imagen de una
iglesia cargada de sacerdotes sumidos en la perversidad, y que hasta qué punto merecen
el perdón de Dios y de la gente lesionada por ellos.
La segunda, que vivimos
en una cultura hipócrita de parte y parte (curas y feligreses) que criticamos
de día lo que disfrutamos de noche. En este sentido, el filme utiliza unos
diálogos asignados de ironía y humor negro aunque en esta oportunidad ambos
elementos están más medidos e inteligentes. Al final la reflexión sobre la
promesa de una nueva vida y el regreso a los infiernos como redención. Película
para ser observada sin prisa alguna (el principal enemigo del cine hoy día).
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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