jueves, 26 de diciembre de 2013

LA GRAN BELLEZA


Sorrentino disecciona con la cámara (bien afilada) a una cultura hipócrita y sus principales actores (todos nosotros los mortales), quienes en busca de todo, a la larga no perseguimos nada, que ya es mucho, pues la quimera cuando no vemos más allá de lo visible, es mucho si nos atenemos a que la entelequia resulta más insuficiente en la vida, que luchar por ella (“Seamos mundanos”, escuchamos en la cinta).

Así que estamos ante una película que en mi caso, evoca a una “Dolce vita”, en el sentido de “ahondar en lo vano”, aunque suene a un exabrupto lo que escribo. Ahondar en lo superficial, es descender en nada, que es lo mismo que ahondar mucho, si nos atenemos que los humanos, sean cuales sean sus condiciones de raza o de sociedad, no buscamos lo que deberíamos hallar, si no encontrar la sobornable por uno mismo: la conciencia (“Soy un artista, no tengo que explicarme”, escuchamos en la película).

Ahora, qué duda cabe que la Roma sirve para todo esto, pues es la ciudad que nos sirve transitar por esa Via Veneto, la fuente de Trevi, las ruinas (la escena de la mujer desnuda, recordar la frase: “¡No me quiero!”), etc.; y transitar los caminos más hedonistas, masoquistas y metafísicos de cualquier mortal.

Gonzalo Restrepo Sánchez

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