Por ahora me referiré
exclusivamente al filme y al final de este análisis, veremos si no resulta una
metáfora sobre el peso de la ambición y el simbolismo que alcanza la carrera de
tres hombres en busca del oro en la película de John Huston. Donde la convulsión
tensa y dramática que adquiere Dobbs (Humphrey Bogart), su persecución en la
película, pueden ser elementos que justifiquen dicha alusión, sin dejar
entrever la fatalidad del destino.
“El tesoro de la Sierra Madre” (1947) es una película que sanciona con apasionante lucidez, el desengaño de una aventura en la busca del oro de tres hombres: Howard (Walter Huston), Curtin (Tim Holt) y el ya mencionado Dobbs. Pero a excepción de este último, los demás logran que sus conciencias los lleven a la idea de lo que son capaces de ser, más que lo son capaces de lograr (ya lo había dicho el veterano Howard: “No hablar de cosas basándose en el dinero”).
Tanto luchar y aguantar
por conseguir el oro para nada que a la larga resultan conquistando lo más
importante: la autoestima, aunque esto provoque en Howard y el joven Curtin un
saludable ataque de risa. El final de la película, además, nos permite pensar
con toda lógica que Howard y Curtin seguirán buscando nuevas aventuras, pero
también que, a raíz de la lección aprendida ante el final inevitable buscado
por el propio Dobbs; tendrán nuevas oportunidades para afianzar lo conquistado
en lo más profundo de sus corazones.
Así que con base en lo anterior, John Huston —quien aparece al comienzo del filme— relata de forma visceral esta historia que, desde el comienzo tiene belleza visual y la fuerza necesaria de un guión claro en sus propósitos dramáticos. Esta implicación visceral del cineasta, confiere la suficiente credibilidad a los personajes y situaciones, que para todos deja claro la enseñanza sobre lo que representa la avaricia y la desconfianza entre los mismo seres humanos en elocuente metáfora.
Así que con base en lo anterior, John Huston —quien aparece al comienzo del filme— relata de forma visceral esta historia que, desde el comienzo tiene belleza visual y la fuerza necesaria de un guión claro en sus propósitos dramáticos. Esta implicación visceral del cineasta, confiere la suficiente credibilidad a los personajes y situaciones, que para todos deja claro la enseñanza sobre lo que representa la avaricia y la desconfianza entre los mismo seres humanos en elocuente metáfora.
Esta reflexión tiene
cabida si observamos en la cinta, las crisis existenciales de sus protagonistas
a lo largo de la diégesis y el antagonismo entre ellos—los tres llegaron en un
momento a dudar el uno del otro—, su contexto y su entorno. Entonces, vale la
pena enfatizar la perfecta caracterización de los actores —especialmente Walter
Huston—, quienes encarnan no sólo a hombres abocados a una vida errante, sino
también la metáfora de aquellos quienes no pueden depositar el afán por la
riqueza.
Pero volviendo a la
alusión al comienzo del artículo, ¿a qué “oro” me refiero yo? Al silencio. Y es
que cuando a veces parece no vastar lo conseguido, sino abocados a un egoísmo a
gritos, para que al final se nos escape todo de las manos —Dobbs en el filme—.
Entonces, es cuando queremos recuperar lo que a la larga nunca tuvimos o
¿merecimos? Y tratar de buscar encuentros cuando otros ya no lo desean
Gonzalo Restrepo Sánchez.
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