sábado, 11 de octubre de 2025

Krasznahorkai, un Nobel de Literatuta transformado en cine de autor

 

El húngaro, premio Nobel de Literatura, ha desarrollado una carrera paralela junto al paisano y cineasta Béla Tarr, escribiendo sus guiones o adaptando su propia obra. “Krasznahorkai proporciona la sustancia narrativa (con un tono generalmente apocalíptico) y la densidad moral; y Tarr, por su parte, traduce esa visión a imágenes de una belleza muy particular y un ritmo hipnótico. Ambos comparten una concepción del tiempo, la desesperanza y la condición humana como procesos lentos, circulares, casi inmóviles, a los que el espectador debe enfrentarse” (Jorge Morla, El País de España, 2025).


La primera gran colaboración entre ambos (aunque ya habían colaborado en La condena, de 1988) fue Sátántangó (1994), basada en la novela homónima de Krasznahorkai (1985). La cinta, de más de siete horas de duración, es una oda del cine lento y para muchos expertos, una de las obras maestras del siglo XX, y prolongación del universo literario del escritor.

Su filmografía

La siguiente colaboración entre cineasta y escritor fue Las armonías de Werckmeister (2000), basada en la novela Melancolía de la resistencia (1989). En El hombre de Londres (2007), basada en una novela de Georges Simenon, Krasznahorkai no adapta una obra propia, pero sí escribe el guion junto a Tarr, aportando su tono filosófico característico. El último gran fruto de su colaboración fue El caballo de Turín (2011), inspirada libremente en un pasaje de Nietzsche y en una idea original de Krasznahorkai. “El guion, escrito por ambos, representa una especie de cierre: una meditación sobre el agotamiento del mundo y el silencio final del ser humano (Jorge Morla, El País de España, 2025).


viernes, 10 de octubre de 2025

“Locked” de David Yarovesky

 

“Locked” de David Yarovesky es un remake estadounidense de “4x4” (un thriller argentino de 2019 que alcanzó aplausos en el circuito de festivales) y que se desarrolla a través de un alborotado tema de la delincuencia, la perplejidad y lo templado que hay que ser a la hora de enfrentar “realidades”. Después de estar observando unos 10 minutos del filme, queda claro que toda la película iba a circular en un espacio tan pequeño que se diría casi irreal. Ya que en un auto es en verdad una trampa. Un pobre ladronzuelo (Bill Skarsgård) se convierte en centro de la venganza de un anciano rico (Anthony Hopkins) que resuelve resarcirse en su víctima de una afrenta descomunal que, por supuesto, no cometeré spoiler alguno.

Profundizando en este thriller psicológico, y siguiendo la huella de otros claustrofóbicos filmes como “Buried” (“Enterrado”) (Rodrigo Cortés, 2010), la socarronería (“¿Has leído Crimen y castigo?” Eddie le interpela a su insoportable “enemigo”, comparándose con el protagonista principal del clásico de Dostoievski) contra la transgresión y el desaliento en cierto tipo de justicia, la película contribuye con exigua novedad a una confabulación ya ampliamente conocida, pero que se mantiene gracias a la caracterización de dos grandes actores de la industria hollywoodiense. Además, una narración asfixiante que, en momentos, crea irresolución en la cimentación de la acción para hacer avanzar la trama.

No estamos, pues, ante un filme inolvidable; de pronto sus emociones a otras ideas patológicas: la gestualidad fría y distante del personaje caracterizado por Hopkins y el terror del ladronzuelo llamado Eddie Barrish, podrían ofrecernos un trasunto para ubicar las intimidaciones que traen consigo un encuentro inesperado. Por lo pronto, la película entremezcla el ejercicio de estilo con señales de neonoir o de thriller urbano. El paradigma más evidente y visible lo vemos quizá en Última llamada” (Joel Schumacher, 2002). De todas formas, es una película pasable.

jueves, 9 de octubre de 2025

“Steve” de Tim Mielants

 

Las películas basadas en profesores y su relación con estudiantes sediciosos o con ciertas dificultades, a lo largo de la historia del cine existen filmes que muestran un lado más oscuro y problemático de la docencia. Sería el caso entre muchas cintas:Los chicos del coro”, “El club de los poetas muertos”, “Profesor Lazhar”, “El indomable Will Hunting” y un largo etc.

Corre el año 1996, y un equipo del programa de televisión “Point West” ha llegado a una especie de escuela-reformatorio para grabar un reportaje para la edición nocturna. Así que rodada con cámara en mano, “Steve” de Tim Mielants, y si bien acontece a un ritmo pasmosamente rápido, todos los personajes allí observados e incluso el profesor Steve (un soberbio Cillian Murphy) nos permiten concentrar una reflexión profunda y en una historia aparentemente breve.

De manera que este título de “Steve” nos conduce a una cinta intensa, agobiante y voluntariamente incómoda, donde la escuela que lidera Steve, a la larga, no es un foco educativo como supondríamos normal, sino una última fortificación pública en la que concurren jóvenes para los que nadie halla solución a sus particulares ofuscaciones. Pero al margen de este argumento, algo en su estructura cinematográfica a desarrollar:

No perder de vista que lo que venimos advirtiendo a lo largo del metraje es sobre la musicalidad y métrica sonora de un cine que no es más que un parámetro, entre otros, de los que conforman la poética de Tim Mielants. Además (y un poco a lo Eric Satie), notamos una abstracción en el contorno de sus sonidos y de sus melodías para servir de “conectores sinérgicos” a las propias (y por momentos desesperantes) imágenes cinematográficas: esos planos flotantes tan particulares de este tipo de género e historias en manos de su director. Esas películas en las que los rostros de sus modelos actanciales pareciesen quedar enajenados en el aire como parte de un cosmos sin destinos.

Uno de esos rostros, y que resulta especialmente penetrante, pero que en realidad debemos entender en un par de días más en su agotadora rutina de una escuela, es Steve. En esencia, la película es una ceremonia agridulce del arte de estar ahí para los demás en sus instantes más sombríos, aunque Steve reconoce que, a veces, se requiere del estoicismo de un santo para hacer tanto por ese prójimo.

Honey Don't! (Coen a la carga)


Si bien este filme tiene la firma en la dirección de Ethan Coen —sin mucho esfuerzo se identifica su impronta—, no es su mejor película, aunque conserva algunas de sus obsesiones cinematográficas: otro incidente lésbico con resultados menguantes, además protagonizada por Margaret Qualley (como Honey O'Donahue, una investigadora privada de Bakersfield, California) y una obra liviana, demasiado embelesada de su propia singularidad como para llegar a ser algo significativa. Y en medio de investigaciones y escenas lésbicas, una iglesia local conducida por un lujurioso Chris Evans, interpretando al reverendo Drew, un hombre santo que negocia con drogas por su cuenta y goza teniendo sexo con sus parroquianos.

“Honey Don't!” es una película que busca una versión del cine negro, pero no posee ningún beneficio en desplegar un misterio categórico. A Coen y su esposa guionista, les importa más cómo reinventar la estética del género, tiene un aire retro que se tamiza sobre el argumento.

Trabajando con el director de fotografía Ari Wegner, Coen brinda imágenes que muestran la sequedad del paisaje y un ambiente estropeado, pero jamás descubrimos realmente el tejido social del lugar. La verdad es que cuando fui a ver este filme, no pude evitar pensar en "Fargo", la comedia policíaca más conocida de los Coen, donde el hábitat influye en lo que sabemos de los individuos que vemos. Muy lejos pues “Honey Don't!” de esta evocación cinéfila.

Creería que la película está edificada sobre la espalda apesadumbrada de un aislamiento patológico que pretende abrir sus turbaciones a otras soledades enfermizas: esa gestualidad fría y alejada de cada personaje, sumado a que convierte cada una de sus tentativas en apropiarse en un quiebre silencioso.

Una vez introducido el carácter de narración puntual en el filme, en la medida que avanza, se me antoja en cierta medida desconectado. Quiero decir, si bien con marcación estética o cuerpo en el relato, denota prontitud o tal vez apatía en su construcción. Por desgracia para el conjunto de la cinta, el retrato del o los personajes termina resultando incompleto. Esto, sin embargo, parece no molestarle a Coen. Porque sin hacer manifiesta su fijación por el nudo del conflicto, se percibe el deambular de estos interlocutores, quienes acaban colisionando contra la lóbrega realidad del pequeño pueblo de una manera frontal e ineludible.

Para finalizar, Coen emplea su humor particular, característico de sus películas con su hermano. Sin embargo, que exprese que es una película de serie B no aparenta precisamente que quiera serlo. La realidad es que “Honey Don't!” lucha por conservar el camino que se asignó, y con fallos sorprendentes, la película en conclusión no satisface. 



viernes, 26 de septiembre de 2025

One Battle After Another

 

Esta es una de esas películas de las cuales uno no sabe por dónde empezar, pero intentando ordenas las ideas, señalar que “One Battle After Another”, escrita, dirigida y co-iluminada por Paul Thomas Anderson (“El hilo invisible”), está basada en la novela de Thomas Pynchon, quien y según expertos en el autor, es un escritor inadaptable e inadaptado que pareciese solo le interesa cinematográficamente hablando a Paul Thomas Anderson.


Con una estructura narrativa excelente, este director puntualiza su particular visión de la historia de los Estados Unidos en una épica aventura en un país en beligerancia consigo mismo (los grupos terroristas de extrema izquierda y las sociedades secretas fascistas), y que el cineasta con maestría a través del montaje paralelo y las acciones sincrónicas queda la correlación afectiva entre un padre y una hija como una viable cronotopía de reconciliación (no cometeré spoiler alguno), arropada por una música (al mejor estilo de Satie)

Si el primer tramo del filme es una clara manifestación de lo eficaz que resulta ese tipo de planificación de la trama a la hora de forjar una cierta emoción de estatus en los diferentes espacios (los inmigrantes latinos). En los dos restantes, y con referencias cinéfilas (“La batalla de Argel”) y en una parte del final al western —lo que permitirá con el tiempo convertirla en un clásico. Y todo esto quizá, debido entre otras cosas, a los actores de altísimo nivel: El sensei de Benicio del Toro, la Willa de Chase Infinity o la Perfidia de Teyana Taylor, el Bob Ferguson de Leonardo Di Caprio y ni hablar del personaje de Sean Penn que “la sacó del estadio” y creería que un “Oscar” asegurado.

Dos cosas para terminar, si bien podría sacar un libro de esta cinta. Primero ese “realismo mágico” que refleja el fascismo norteamericano. Y segundo, algo de mixtura de drama social-thriller-comedia negra. Lo que el cineasta ofrece es la perspectiva de un desclasado: el latino sometido a órdenes inexpresables en el campo de batalla, y un país que tampoco lo reconocerá como uno más y lo confinará a espacios marginales, a la delincuencia y a la corrupción.

domingo, 21 de septiembre de 2025

“Camina o muere”

 

Stephen King (bajo su seudónimo, Richard Bachman) escribió “La larga Marcha”, una historia sobre un grupo de chicos —igualmente designados por sorteo— que participan en un torneo anual para superarse unos a otros hasta la muerte, donde hay un ganador y no hay final. King no se planteó escribir un thriller político, pero al estar al tanto sobre las permanentes noticias de ese derramamiento de sangre que encerraba las vidas de aquellos jóvenes estadounidenses en Vietnam, muchos temas se le manifestaron de todos modos, y de ahí la idea de esta historia, hoy una película.

Pero dos cosas a señalar, primero, que estamos en un universo distópico. Ese cine distópico nos habla de sociedades más o menos convencionales donde todo se ha ido al diablo: la cima de los regímenes totalitarios, la exaltación religiosa, la violencia o el colapso social, entre otros elementos. Así que los personajes que este mundo habita serán mártires de esta anarquía o si prefiere sus finales.

En la actualidad, la distopía es un género repetido del cine y la televisión con paradigmas como “Minority Report” de Steven Spielberg (2002) o “Black Mirror”, por citar dos títulos que vienen a mi memoria entre muchos otros y que han recogido un gran éxito. Todas estas leyendas inscritas en el celuloide son un buen partido para descubrir las dificultades que nos sobrevienen, y un buen inicio para combatirlas.

Por tanto, “Camina o muere” no es una obra que da vueltas sobre un tiovivo de la desesperanza (aunque parezca), mientras lo observado de sus imágenes son devoradas por unas situaciones algo grises que se pegan en los cuerpos de unos chicos privados de expresividad en las miradas. La película está edificada sobre el dorso maltratado y agotado de un aislamiento patológico que pretende por momentos abrir sus turbaciones posiblemente a otras soledades patológicas a través de caminar “hacia ninguna parte” a la larga.

Si existe alguna gestualidad distante de cada interlocutor, sumado a la ausencia de vida feliz, convierte cada uno de los intentos de los chicos caminando (y caminando) el no poder socializar en algún quiebre, ideas que no agujereen su ya de por sí reducida esperanza en un callejón sin salida (y que a la larga eso es la vida: no way out).

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Highest 2 Lowest (“Del cielo al infierno”)

La película, por momentos me decepciona; por momentos no. En realidad, no sé qué pensar de esta reciente película del director indie Spike Lee. De todas formas, me quedo con el último tercio de la cinta y los últimos minutos de la parte final, ya que en voz de David King (Denzel Washington), el magnate del hip-hop, podría estar lo que verdaderamente interesa como mensaje, dadas las características del guion, que entre otras cosas, aparece el crédito de Kurosawa, lo que nos remite a la vez que estamos en un remake del magistral clásico “El infierno del odio” (“High and Low”, 1963) de Akira Kurosawa.

 

Desde sus títulos de crédito iniciales, “Del cielo al infierno”, los primeros fotogramas exteriorizan como un afectuoso mensaje de apego a Nueva York, y como música extradiegética sobre ellos: “Oh, What a Beautiful Mornin” y que según los expertos músicos y amantes del género es la mítica canción introductoria del musical “Oklahoma!”. De todas formas, el cineasta de Brooklyn compone un solícito collage de planos sobre Manhattan.

 

No obstante en el filme de Lee, hay referentes cinéfilos, música puertorriqueña (destaca el pianista Palmieri, recientemente fallecido), presurosas escenas de acción y una mirada crítica al mundo actual y musical. Una vez más, y a modo de panegírico, la imagen actúa como un ente que concreta y amplía pedazos de la realidad verdadera. Esto revela aquello que nos embarga con turbación y emoción personal en cualquiera de sus formas, y nos permite evaluar en toda su tremenda magnitud lo que está sucediendo alrededor de lo observado.

 

Denzel Washington —(David King): Toshirô Mifune en el filme Kurosawa— se reencuentra con el cineasta de Brooklyn años después de “Mo’, Better Blues” y “Malcolm X”, para, más que realizar un filme diferente en ambas filmografías, en el sentido de un thriller psicológico-policiaco y con buena música, creería que para que ambos sitúen en su interior una sentida conmemoración sobre ese mundo de la música y su eco actual en un Nueva York y su ascendencia a la pluralidad cultural.

 

Las imágenes rodadas a lo largo de las dos horas del metraje, profesan como catalizadores narrativos, que si bien por un lado, mantienen una buena parte de la carga discursiva de la película, por el otro, rompen con la rutina de los disímiles interlocutores, induciendo vínculos, choques, ausencias y esos mutismos que amontonan los ecos de todo cuanto ha acaecido en ese “fuera de campo” de lo observado (una vez más esa tercio final de la cinta).