Después de ver la película reciente de Costa Gavras,
creería que mi idea inicial y sobre reflexiones posteriores a la proyección del
filme, es que la «razonabilidad» (a pesar de las diversas acepciones que asume)
dirigida a la normativa de la tragedia griega y muy sustancial al «acto
ilocutorio» (el fin del hablante, su objetivo inmediato) y que nos lleva a “Mientras
agonizo”; ya que en el texto, cuando la mujer Addie Bundren agoniza alrededor
de sus cinco hijos, está presente dicho «acto ilocutorio», en una familia
sentenciada al sufrimiento y a una disolución lánguida e inexorable. Además,
con la introversión y la fuerza «ilocutoria» de Addie en su lecho de muerte:
solo recuerdo —y parafraseando uno de sus últimos juicios— que mi padre me
decía que el sentido de la vida es prepararse para estar mucho tiempo muerto
(Faulkner, 1978). Por cierto, en el libro de Rodolfo Braceli, Ciento un años
de soledad (2012), ante la interpelación sobre la muerte, García Márquez
responde: «Lo único malo de la muerte es que es para siempre» (MDZ Cultura
& Ciencia, 2014).
Basándose en el libro que recoge las charlas entre el
escritor Fabrice Toussaint y el doctor Augustin Masset —recreados en pantalla Denis
Podalydès y Kad Merad— el director atesora una serie de incidentes en los que
pacientes y médicos comparten intimidades, no obstante lo forja con tanto vigor
y tan despojado de vínculos afectivos, que, entre las escenas, , lo que se comunica
es un contagioso y correspondido hálito de vida.
Por el camino del metraje, una grata cantidad de actores
de secundarios (Ángela Molina) nos conceden historias conmovedoras, finales
felices y afrentas decentes que 'El último suspiro' examina complicadas situaciones
de la realidad de la vida misma, no encubriendo jamás los aprietos para pronosticar
el grado de autenticidad al que debe mostrarse cada paciente y la esencial
importancia que simbolizan la familia y el hábitat de cada uno. En pocas palabras, algo comprensivo, sin ningún tipo de distinción
moral en esta materia, aquello que se circunscribirá más al mundo interior de
quien lo advierte, sin supuestas censuras, o al menos no tan inmediatas, de su
entorno.
Por lo demás, en lo estrictamente cinematográfico, un
relato íntimo al que nos referiremos, y subrayado en este filme de Costa Gavras
con una “puesta en escena como digo: cerrada”, es decir, sin predisposición
claustrofóbica, y por la profusión de referentes que encuadran los planos (excelente
casting en los papeles secundarios) y unos planos nada prolongados, y en
ocasiones sin ampliar el encuadre. Y es que para hablar sobre la muerte, todo
es como un bosque que nos rodea, solo nuestra mente hace las veces de corte
sobre el entorno en que se mueve el deseo de vivir.





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