Interesante reflexión deja esta película que si bien
no es una obra maestra, su planteamiento da una pista de hasta qué punto esta
película solo es creíble con un Nicolas Cage exultante y lleno de gracia. El
director Kristoffer Borgli imagina un mundo como el nuestro o el suyo, en el
que, de repente, todos conllevamos el mismo sueño o más puntual, en el que
todos los sueños aparecen protagonizados por el mismo personaje.
Pero esto en el fondo es la gran metáfora, porque la
reflexión al respecto es la de evaluar que significa tener éxito y estar
vigente. Pero también deja otra sensación bien interesante, la gracia está en
no saber de ningún modo qué es la realidad y qué el reflejo; dónde sigue el pasadizo
y dónde chocaremos de frente contra nosotros mismos. Evidentemente la cuestión
es qué pasará cuando las fantasías se conviertan en alucinación y broma, ya que
eso parecía una condena.
Kristoffer Borgli se las arregla para acomodar una
comedia por momentos con un tono de terror y que poco a poco sobreviene otra
metáfora persuadida de que la realidad no es más que una extensión de nuestros deseos.
¿Son las quimeras el sublime espacio aún virgen de usufructo comercial? ¿Dónde
queda entonces el imaginario colectivo? ¿Por qué “soñamos” los seres humanos a
modo de 'Nicolas Cages?
Todas estas preguntas tienen en nuestro interior las
verdaderas respuestas. Para que pongamos pues los pies sobre la tierra. Vivimos de una manera absurda
de hacernos populares que si nos cambia la vida y la relación con nuestros
semejantes, hasta qué punto los sueños son rebeldes y su exégesis peligrosa.
Kristoffer Borgli divierte su fábula con el alternado
de realidad y quimeras, consintiéndonos ver al interlocutor en su anodina vida
real y en la voluble mente de sus semejantes. No obstante, lo atrayente de la
película son las cavilaciones sobre todos esos argumentos tan superficiales que
mueven nuestra sociedad (la gloria insignificante, el murmullo de redes, la
'cultura' de masas, o la voluptuosidad de la fama).
Todo a la larga, resulta, en realidad, más ennegrecida
que comedia, aunque el filme tiene algún momento de humor turbador, y es
Nicolas Cage quien rige los emociones hacia su interlocutor con una
interpretación coloreada y con una entrega muy personal a Paul Matthews, que,
de alguna manera, confiesa a algunos asuntos que habrá debido solventar Nicolas
Cage sobre sí mismo, un actor de imaginación y de espejismo.