lunes, 25 de septiembre de 2023

Cine colombiano: TORO

 

El documental “Toro”, de Adriana Bernal y Ginna Ortega, pone el lente en Hernando Toro, un personaje del mundo de la fotografía. Si bien, durante diez años él hizo de su celda en la cárcel Modelo de Barcelona (España), un estudio de fotografía en el que plasmaba a homicidas y ladrones del penal, al mismo tiempo, los ilustraba sobre los secretos de los encuadres, la velocidad de obturación y el Iso (perdón por el spoiler).

Pero también, a través de su insolencia y desparpajo observado en el documental testimonial, el artista revela los prejuicios y parte de su vida de doble moral; lo que permite —y es lo interesante del documental— detenerse en puntos de vista de un hombre que a la larga es eso: un tipo sin complejos y limites sobre la vida frente y detrás de la fotografía.

Al mismo tiempo, el documental con ese expediente de la edificación de imágenes sin una narración clásica, es asimismo utilizado por las cineastas en la casa del artista y otras locaciones y fotografías. Inclusive, podríamos precisar esta estratagema con una expresión cinematográfica: hablar de una ausencia de raccord —ajuste— en algunas y diferentes imágenes que componen el relato en su totalidad.

De todas formas, sobre lo anterior y lo observado en el documental, la primera pregunta es, qué hay detrás del fotógrafo colombiano, y las probabilidades estadísticas del amor por dentro y por fuera del alma del artista. Visto así el asunto, la fotografía del artista —y del filme (al azar) — es entendida además, por muchos supuestos, por su función de memoria. Sobre este pensamiento en su libro “El Beso de Judas, Fotografía y verdad”, Fontcuberta (2006) afirma:

El potencial expresivo de cualquier fotografía se estratifica en diferentes grados de pertinencia informativa [y memoria diría yo]. Es el salto arbitrario, aleatorio, contingente de un grado al otro lo que asigna el sentido y da su valor de mensaje a la imagen (p.15)

A través del documental pues, no solo nos enteramos del personaje y fotógrafo, sino de todas sus experiencias. Toro no se abruma con el retrato, lo que permite de algún modo cierta resistencia en el encuentro entre una imagen absoluta y la imagen “que subsiste” entre el blanco y el negro. La primera, es incorporada a la conducta y control que niega cualquier eventualidad de reconocimiento de la diferencia.

La segunda imagen, amontona una doble tirantez en si misma ya que no busca revertir la imagen de individualización y exclusión; a la vez que asimismo es la encargada de una nueva vida. Toro advierte por tanto la naturalización de la no prohibición de las experiencias de vida precedentes, fondeando la historia a manera de reinserción para quienes nos ubicamos como espectadores.

La relación entre estas dos características del lenguaje fotográfico hace viable poner en evidencia, por una parte, la categoría de la fotografía como un medio idóneo para sondear el argumento de cierta clarividencia de lo real y lo artificioso, y por la otra, el valor de la creación artística en cuanto instrumento apto de fragmentar formas preestablecidas y destrabar en el espectador titubeos e interrogantes sobre su propia visión del universo. Sontac (1977) afirma:

Las fotografías, que manosean la escala del mundo, son a su vez reducidas, ampliadas, recortadas, retocadas, manipuladas, trucadas. Envejecen, atacadas por las consabidas dolencias de los objetos de papel; desaparecen; se hacen valiosas, y se compran y venden; se reproducen (p. 17).

Qué nada. El acto fotográfico, si bien es una manera de refrendar la experiencia, es igualmente un modo de rechazarla. “Toro” un filme donde la imagen es un recuerdo.