Con un “Oscar” casi que adelantado diría sin
exageración alguna, el actor Cillian Murphy (que fue el psicótico
Espantapájaros en el primer Batman de Christopher Nolan) protagoniza
“Oppenheimer”, del mismo director. Cinta que relata la historia del físico
estadounidense Julius Robert Oppenheimer, famoso por ser el creador de la bomba
atómica. La cinta está basada en el libro —ganador del Premio Pulitzer—
“Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer” de Kai
Bird y Martin J. Sherwin. Lo primero que se me ocurre decir, y queriendo
acercarme a las declaraciones del cineasta Paul Schrader (“Taxi driver”, 1976,
“La última tentación de Cristo, 1988) es la mejor y más importante película de
este siglo.
Y lo digo sin exageración alguna. El cineasta Nolan ha
procurado en su narrativa un tono equilibrado a la manera y forma en que se ha
desarrollado la radiografía de un personaje sorprendente —portada en la revista
“Time”—. Un protagonista que en el actor Murphy, su mirada, su expresión y sus
aspavientos nos entrega toda una psicología de un científico. Y por otro lado,
el asunto de la física cuántica. En el albor del siglo XX, ya estaba dispuesto
que la luz del sol y las estrellas tenían su principio en algún tipo de energía
atómica. En 1899, el geólogo americano Thomas Chrowder Chamberlin concluía que
los átomos eran “depósitos de enormes energías”. Durante las cuatro primeras
décadas del siglo XX las bombas atómicas solo se localizaban en las páginas de
algunas revistas y algunas novelas del género, a modo de “La liberación
mundial” (1914), de H.G. Wells, o “La Tierra permanece” (1949), de George A.
Stewart. Desde entonces, la ciencia-ficción ha permanecido muy identificada con
la amenaza de un holocausto nuclear.
Una de las primeras cosas que salta a la vista en esta
cinta, es cómo el director Christopher Nolan produce una narrativa tan
personal, no solo en su desahogo visual, sino asimismo en su propuesta
dramática arropada por una música acorde a su ritmo sobre una historia del
pasado, pero cargada de la zozobra e incertidumbres de nuestros días sobre
estos temas de guerras nucleares. Con una cámara firme, el cineasta Nolan nos
arrastra al otro lado de “la estación” (metafóricamente hablando) desde y donde
podemos vislumbrar al ser humano través de un plano o contraplano, sin que sea
un simple encuadre.
Tres horas de duración que no se sienten ni fastidian
por dos razones. El asunto moral que se plantea en diversos planos de la vida
misma: el profesional y personal en Julius Robert Oppenheimer —judío de
nacimiento y de afinidad hacia el comunismo—, y sobre todo que una vez finalizada
la Segunda Guerra Mundial e iniciada la Guerra Fría, la rivalidad de los
Estados Unidos con la Unión Soviética tuvo como repercusión la caza de brujas
contra los supuestos comunistas —el denominado macartismo—. La otra razón: la
relacionada con la bomba atómica, las dudas y las derivaciones morales y éticas
que proyecta toda esta exploración en la física cuántica.
Cuando Oppenheimer pasó a liderar al conjunto de
científicos, en el Proyecto Manhattan ubicado en el desierto de Nuevo México,
que desembocó en el lanzamiento de la bomba atómica; nos imbuimos más en el
asunto del personaje de marras al lado del resto de personalidades científicas.
Para un conocedor [o no] de este asunto: Strauss (memorable Robert Downey Jr.).
Además, del general Groves (Matt Damon), y los científicos que lo acompañaron,
hasta el mismísimo Albert Einstein (Tom Conti) son personajes que permiten
observar y confrontar los motivos en la mente de Oppenheimer —con un gran
acierto y relevancia en el guion.
Al insistir en la función narrativa de la que escribía
al comienzo de este artículo, se mueve con extraordinario rigor —a pesar de la
gran cantidad de información que se ofrece—, en los ámbitos de la física
cuántica, por supuesto la política, la protección nacional, y con mucha claridad
cinematográfica (Nolan utiliza el blanco y negro y el color en sus saltos del
presente al pasado). Asimismo unos diálogos que impulsan a seguir viendo esta
obra maestra. En este sentido de la gramática cinematográfica y ante la
ausencia de una linealidad narrativa, el montaje a modo de intriga
—acumulativa—, plantea un tono de thriller, para que el habitante a la sala de
cine no aparte la mirada de la pantalla.
La película deja muchas ideas rondando en la mente
sobre la guerra y el mismo ser humano frente a ella. En este sumario de
resubjetivación, la globalización económica —y cultural— debe conceder sobre
todo a las nuevas generaciones con varias fuentes y narrativas epistemológicas.
La idea es que esta diversidad de narrativas y sentidos epistemológicos, deben
marcar en los jóvenes el inicio de un proceso de transformación moral mediante
el cual se busca rehacer la imparcialidad. Y eso nos deja como corolario
“Oppenheimer”, de Christopher Nolan. Porque quizás el cine sea —por encima de
todo lo demás—, una originaria idea de recordar o representar las ofuscaciones
de épocas pretéritas que jamás resurgirán más allá de pedazos episódicos o de
los aparentes ensueños traídos por lo que siempre recordaré como el celuloide.