La primera producción paquistaní escogida por el
festival de Cannes en toda su historia, ha coqueteado además a una nominación
al Oscar a la mejor película internacional. Sobre el tema queer, y aborda tabúes e
ideales conservadores del país Pakistán, a través de una perspicaz encrucijada narración
que el director Saim Sadiq, en su debut, envuelve con destreza su punto de
vista para llevarte por caminos imprevistos.
“Joyland” empieza con un cortejo LGBTQ con destellos
de comedia que entrevé con comprensión la transfobia que permea en la colectividad
pakistaní, no obstante, entre besos y “escapadas” de Haider, advertimos a
Mumtaz tolerar el peso de ese avasallamiento patriarcal. Parecido a lo narrado
en la película “El baile de los 41”, este filme no se centra únicamente en el
placer y miedos del hombre subrepticiamente seducido.
El guion de Sadiq y Maggie Briggs igualmente forjan un
orgulloso trabajo moldeando la desdicha de Mumtaz, su necesidad de placer y la
opresión que vive adentro de la familia. Rasti Farooq caracteriza con excelsitud
las exigencias del papel: una mujer emancipada con sueños, y que se ve totalmente
sometida por las perspectivas de la opresiva familia de su esposo.
La cámara filma los rostros de los personajes entre
las rejas de una morada, fraccionándolos, rotos como anticipo de una vida
truncada, una vida robada. Cronotopo [unidad espacio-tiempo, indisoluble y de
carácter formal expresivo] reguardado y según las palabras de Haider:: «siento
que no tengo nada que me pertenezca, todo me parece prestado, robado a otra
persona». Y es entonces, en la indeterminada remembranza del pasado, cuando
todo cobra sentido. Película pues en esa ilustración agonizante, taciturna y frenética,
donde la valiosísima “Joyland” brota como látigo enfurecido de remolinos alborotados