miércoles, 7 de diciembre de 2022

Sin novedad en el frente

 

La película alemana que hoy nos ocupa, tras un furioso prólogo, arranca en el tercer año de la Primera Guerra Mundial, durante la primavera al norte de Alemania, para mostrarnos a través de un adolescente alemán llamado Paul Bäumer (Felix Kammerer) cómo se alista en el ejército y, después de un prolongado tiempo, la realidad de la guerra de trincheras que ha tenido que vivir y que debe hacer todo lo viable para mantenerse vivo.

Esta es la tercera adaptación cinematográfica de la célebre novela de Erich Maria Remarque, una invectiva tan eficaz en su reminiscencia de las circunstancias de la guerra y tan explícita en su condescendencia hacia el pacifismo; que fue una de las muchas obras literarias que los nazis quemaron sistemáticamente. La primera adaptación cinematográfica se realizó en 1930, escasamente un año después de su divulgación, ganando a la Mejor Película en la tercera edición de los Premios de la Academia; luego se convirtió en una película para televisión con Ernest Borgnine a fines de la década de 1970, y la de ahora, una magistral adaptación.

La puesta en escena, es impactante, y lo es por su limpieza, su iluminación y sus proporcionados encuadres. La música extradiegética, más autónoma de vínculos técnicos [y eso hace el relato más franco]. Además, una musicalidad que encaja con cierto contraste que, pese a la cadencia, trasfiere una cierta zozobra casi extemporánea [y de ahí su importancia]. Película pues tan tensa como penetrante. Muy poco dialogada, con extensos instantes de confrontaciones entre franceses y alemanes, casi siempre a bordo del  devenir de situaciones con esquemas bien consabidos de continuidad cinematográfica.

Uno de los aciertos de la película y de su director Edward Berger [y creemos fiel al libro], es decrecer a una progresión dramática o narrativa, para que en su lugar; se relacionen eventos bélicos agresivos que apenas se diferencian unos de otros. Y más allá de la ineludible maniobra de la permanencia y las fechas que encuadran el conflicto bélico, el hilo conductor de un chico siempre presto a estimarse él mismo su valor [sin lugar a dudas, e mismo Erich Maria Remarque, pues fue quien escribió el libro].

Por otro lado, el protagonista, como decíamos, un joven llamado Paul, si bien podría ser cualquiera de nosotros, con unos dos o tres impactantes planos y secuencias en medio de las trincheras  [evocando un Kubrick en “Senderos de gloria”], y ya en parte meridional de la cinta; una vez más y a través de cierto diálogos [“todos tenemos que morir” y “pero no en la recta final”] el postulado no deja de exaltar que en instantes de los afectos, todos tenemos que coexistir por el ansia de vivir, aunque suene a tautológico.

Con todo, muchos expertos coinciden que en el filme “Sin novedad en el frente” solicita la dimensión humanista. Se centra además en unos pocos de estos soldados de guerra, no formaliza una visión periférica, sino intimista y cercana. Y así, a lo largo de las casi dos horas y media de metraje, no queda más satisfacción que acompañar, de cerca, sus requerimientos dramáticos e ideológicos. Hay incluso escenas ajenas al conflicto, en que salen a relucir parte de las emociones e identidades de los personajes [no todos], más allá de las condicionadas; en particular las entre Paul y su referente Stanislaus, donde escasamente hay que saber nada de uno ni otro para concebirlos y emocionarnos.

El tramo final de la cinta y sobre ese escudriñamiento sobre patriotismos, y con emocionantes y espléndidamente rodadas escenas de ese “silencio de la guerra” [la muerte], presume una excelente culminación para una obra de cine más que notable, de visionado algo arduo para los amantes de la acción bélica, pero innegablemente con un final de los que hielan la sangre, descubriendo que la vida hay que vivirla, y sin novedad en el frente.