Cuando
se piensa en la filosofía cínica, viene seguidamente a la mente el nombre de
Diógenes de Sinope, quien llevó sus manuales hasta su forma más extrema. Fue el
autor de afamadas “travesuras” como transitar con una linterna en plena luz del
día las calles de Atenas en “búsqueda de un hombre”. Si en el mundo existe el cinismo a flor de piel, el cosmos editorial
y algunos críticos literarios no se escapan a ello.
Y
sí que este filme dirigido por Rémi Bezançon y, escrito por él y Vanessa Portal
está basado en la novela de David Foenkinos; este escritor y músico francés a
su vez se inspiró en una novela de Brautigan en la que narra a un bibliotecario
en Crozon que recogía todo libro
rechazado por las editoriales —historias descartadas—, postergados al olvido y forzados
a no ser publicados.
El
texto audiovisual nos indica que el éxito —y el fracaso, aunque no me gusta
este vocablo de cualquier obra artística— y la consecuencia que tiene en el
autor —en su autoestima y su ego— son los semblantes más atrayentes a analizar.
Aunque no olvidar que “lo que hagamos en vida tiene su eco en la eternidad”.
También recuerdo una frase de Carlos Fuentes cuando señala que los primeros
libros que se escriben son los últimos en ser editados.
Si
así lo entendemos, el arte de escribir (qué y para quien) no es otra cosa que
un pretexto de escribir y ser feliz en la intención de ello. Además y tal como
lo escuchamos en el filme: “Un buen libro parece escrito para uno mismo”. El resultado de esta película si bien es una historia sin crímenes y de detectives —si se quiere ver así, y
que permite el lucimiento del actor Fabrici Luchini como Jean Michel Rouche—, no obstante nos "habla" de un autor literario que no existe. Esta idea madre es
interesante y el cineasta lo resuelve con categoría y aplomo.
Una película que les llegará (como a mí al no haber asistido al funeral de ninguno de mis libros), entendiendo que no se puede obligar a leer a la gente.
Una película que les llegará (como a mí al no haber asistido al funeral de ninguno de mis libros), entendiendo que no se puede obligar a leer a la gente.
Gonzalo
Restrepo Sánchez
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